Esta semana se han cumplido 49 años de la muerte de Winston Churchill. Reconocido como el mejor estadista británico del siglo XX, su figura comenzó a ensalzarse un año antes del inicio de la II Guerra Mundial.

Tras la firma en 1938 del Acuerdo de Munich, en el que Gran Bretaña y Francia cedieron ante Alemania, la gente se dio cuenta de que Churchill había tenido razón desde el principio, cuando abogó por detener a Hitler sin derramamiento de sangre. El 1 de septiembre de 1939, el ejército nazi invadió Polonia y dos días después, Inglaterra declaró la guerra a Alemania. Esa misma noche, Churchill fue llamado a desempeñar su antiguo cargo en el Almirantazgo. Los mismos diputados que una semana antes lo combatían ferozmente, lo aclamaron puestos en pie cuando hizo su entrada en el Parlamento. Ante una nación mal preparada para la guerra, solo pudo pronunciar una conmovedora frase: “Solo puedo ofrecer sangre, sudor y lágrimas”. Y es que este líder es un ejemplo donde aplicar la locución verbal hacer de la necesidad una virtud, pues su brillante oratoria se gestó porque era tartamudo. Entrenó tan duro para superar esta deficiencia, que se convirtió en un magnifico orador. Tanto fue así, que la Academia Sueca le otorgó, por primera y única vez a un estadista, el Premio Nobel de Literatura por su dominio de la descripción histórica y por su brillante oratoria. Todo un ejemplo para un tartamudo de nacimiento. H

*Psicólogo clínico