La exploración espacial y la búsqueda de vida fuera de nuestro sistema solar acaban de dar un paso de gigante. La NASA y Nature hicieron público ayer uno de los descubrimientos más emocionantes de los últimos años, un sistema de siete exoplanetas similares en tamaño y masa a la Tierra y que orbitan alrededor de una estrella parecida a nuestro Sol y que podrían albergar agua y otras moléculas necesarias para la vida.

Situado a 39 años luz en la constelación de Acuario, este sistema está al alcance de la observación de los potentes telescopios que han ayudado a descubrirlo. Y eso, unido al avance en las tecnologías, lo convierten en un «laboratorio ideal» para el estudio de sus atmósferas. Esas posibilidades despiertan un entusiasmo que personificó Thomas Zurbuchen, uno de los responsables de la NASA, en el anuncio. «El descubrimiento nos da una pista de que la cuestión ya no es si encontraremos una segunda Tierra, sino cuándo», aseguró.

Los siete tienen tamaños y masas similares a los de la Tierra y aunque su estrella es más pequeña y fría, sus cercanas órbitas -con las que tardan en rodear su estrella entre día y medio y 20 días- les permitirían recibir la energía necesaria como para que se crea posible que alberguen agua, un elemento clave para considerar la posibilidad de vida junto a otras moléculas como el metano, el oxígeno o el dióxido de carbono. Tres de los planetas están en lo que se llama «zona habitable», aunque el potencial de vida se considera para los siete.

Aunque Nikole Lewis, especialista en exoplanetas y telescopios, recordó en la rueda de prensa que «no hay confirmación de que haya agua y hará falta mucha observación», también apuntó a que gracias al trabajo de ingenios espaciales como el Hubble, el Spitzer o el James Webber (que se lanza el año que viene) podrían dar progresos en 5 años.

En los últimos años se habían ido acumulando pruebas de que entre los 3.400 exoplanetas descubiertos hasta ahora en la galaxia abundan los de un tamaño similar a la Tierra. Pero este último hallazgo apunta, según los expertos, a que este tipo de planetas son más comunes de lo que se pensaba. Y la antigüedad de TRAPPIST-1 -con al menos 500 millones de años, según Gillon- apunta a que pueden haberse mitigado las emisiones de radiaciones ultravioletas y rayos X que son comunes en estrellas enanas más jóvenes y que dificultan las condiciones para sostener la vida. Sara Seager, otra astrónoma de la NASA, subrayó: «Por primera vez no tenemos que especular. Solo tenemos que esperar y descubrir qué hay en sus atmósferas».