Tras cuatro años de espera, unos 30.000 españoles nacidos el 29 de febrero podrán celebrar hoy su aniversario el día exacto en que vinieron al mundo. Ni antes ni después, como les sucede los restantes años. Parece un capricho del calendario, pero si febrero no tuviera esta particularidad, si no existieran los años bisiestos, ni la Navidad acontecería siempre a principios del invierno, ni las cigüeñas llegarían por San Blas ni el solsticio de verano sería a finales de junio. Claro está que esta particularidad del calendario no es nueva, sino que la adoptaron los romanos hace ya 21 siglos. Fue la reforma juliana.

Viejas leyendas sostenían que los niños nacidos en bisiesto tenían poderes mágicos, pero lo cierto es que es pura superchería. “Por supuesto, el 29 de febrero es un día como otro cualquiera. No tiene nada de especial”, dice Jorge Carlos Núñez de Murga, catedrático de Astronomía. Ni siquiera se aprecia un descenso o aumento del número de nacimientos.

EL AÑO TRÓPICO // La razón de ser de los años de 366 días radica en que el periodo de traslación de la Tierra alrededor del Sol, el llamado año solar o trópico, no tiene una duración redonda de 365 días, sino un poco más: exactamente, 365 días, 5 horas, 48 minutos, 45 segundos y 98 centésimas (en un cálculo con decimales, 365,242198 días), recuerda Núñez de Murga.

Se trata de un desfase aparentemente ínfimo, pero si ese exceso cercano a las seis horas se acumulara durante cuatro años, acabaría formando un día entero (6 horas x 4 suponen 24 horas). Al cabo de un siglo se habrían perdido 25 días y sucedería algo impensable: el mes más frío no sería enero, sino febrero. Pasados 400 años, nevaría en julio. “Pasados 1.600 se habría dado una vuelta completa al calendario”, prosigue Núñez de Murga.

DE JULIO CESAR... // La existencia de los bisiestos se la debemos a Julio César. Asesorado por el astrónomo Sosígenes de Alejandría, el caudillo romano llevó a cabo una profunda reforma del calendario que dejó atrás el cómputo lunar y reintrodujo los almanaques solares de origen egipcio, pero con la mejora de los años de 366 días. Aunque el calendario actual no es exactamente igual, en aquella época se sentaron las bases, incluyendo los 12 meses y una duración fija para cada uno de ellos. “La reforma juliana se acercó mucho a lo que tenemos”, insiste Núñez de Murga. Se escogió el bis sextus dies ante calendas martii o sexto día antes de las calendas de marzo, “pero habría tenido un efecto idéntico en cualquier otra época”, añade el experto.

Sin embargo, las cosas no quedaron así. Resulta que el año juliano se acerca bastante al año solar, pero no es exacto porque 6 horas no es lo mismo que 5 horas y 48 minutos. La corrección suponía añadir 45 minutos cada cuatro años o, a largo plazo, ocho días por milenio. Aunque varios estudiosos detectaron el problema y se convocaron concilios con el propósito de enmienda, el calendario juliano funcionó en Europa hasta el siglo XVI. Por aquel entonces, el inicio del año se había desplazado 10 días.

...A GREGORIO XIII // La corrección definitiva llegó en el año 1582. Según decisión del papa Gregorio XIII, los años divisibles por 100 no serían bisiestos aunque les tocara por ser múltiplos de 4. Sí lo serían, en cambio, los divisibles por 400. “Eso suponía eliminar tres días (tres bisiestos) cada cuatro siglos: 1900 no lo fue y el 2100 tampoco lo será --explica el catedrático--. Nuestro calendario tiene ahora un margen de error de un día por cada 3.000 años”.

La reforma también quiso corregir el error acumulado durante 16 siglos e impuso que el jueves 4 de octubre de 1582 fuera seguido por el viernes 15 de octubre. Hubo disturbios, pues a la gente no le hizo gracia perder 11 días de su vida, días que nunca existieron, pero el calendario acabó triunfando. H