Todos los años ocurre. En cada edición de los Oscar hay alguna película que parece estar confeccionada para destrozarte la vida y que salgas del cine hecho trizas. Esa película que consigue que hasta el espectador menos impresionable termine soltando una lagrimita. Películas para sufrir y llorar.

En un año marcada por la reivindicación del 'black power' y por la magia nostálgica de 'La la land', también hay hueco para un melodrama familiar, 'Manchester frente al mar', en torno al dolor y la pérdida que, si bien al principio se muestra seco y agrio, como su propio protagonista, acaba por alcanzar una dimensión trágica imposible de describir. Es sin duda una de las películas más tristes del año, de las más devastadoras. Pero tiene la habilidad de no caer en el exhibicionismo. No apela a la lágrima fácil ni a la manipulación emocional como pudiera hacer, por ejemplo, 'La vida es bella'. Lo suyo es auténtico y visceral. Y su mérito reside en contener la emoción hasta que resulta inevitable que estalle.

Pero no suele ser lo habitual. La mayor parte de las películas tristes intentan recrearse en ese sentimiento. Lo celebran y lo muestran como un trofeo. Quizá por esa teoría no escrita de que si has llorado mucho viendo una película, es que te ha gustado y por tanto es muy buena. Da igual que sepas que todo es un artificio, porque has sufrido con ella y puede incluso que te haya proporcionado algún tipo de catarsis interna.

ENFERMEDAD Y MUERTE

Quizá las más reprobables sean aquellas que se recrean en la enfermedad y la muerte. Es una de las críticas que se le han hecho a J. A. Bayona por 'Un monstruo viene a verme'. En Cannes, algunos críticos le pusieron la etiqueta de pornógrafo de los sentimientos. También a Alejandro González Iñárritu. ¿Hay algún director al que le guste más acumular tragedias en una sola película? La manipulación puede existir, pero lo importante es saber si está hecha desde el respeto hacia la historia y el espectador y si los recursos empleados son más o menos aceptables a nivel ético.

En este sentido, películas como 'Philadelphia' o 'Siempre Alice' van directas a la yugular, sin cortapisas. La enfermedad es la protagonista, se muestra en todas sus fases y no se escatiman esfuerzos en pormenorizar la decadencia física de sus personajes.Suelen ser rentables para los actores que las interpretan. Tanto Tom Hanks como Julianne Moore ganaron incontestables Oscars por ellas. Pero cuando se utiliza una mirada sutil a la hora de tratar estos temas, el resultado resulta más satisfactorio. Es el caso de'Tierras de penumbra', 'Million Dollar Baby', que introduce el tema de la eutanasia o 'Las horas', una de esas películas cuyo estilo hipnótico te arrastra desde las primeras imágenes de manera tan inteligente que terminas por aceptar que todo lo que ocurra vas a tener que sufrirlo con dignidad.

Las relaciones amorosas imposibles son otro de los grandes temas de las películas tristes. Muchas de ellas tienen que ver con la represión de los instintos, con la intolerancia de una sociedad que no permite investigar en la identidad sexual. Obras como 'Brokeback Mountain', 'Boys Don’t Cry' o 'Lejos del cielo' se han convertido en películas de denuncia en torno a la hipocresía de los tabús. También hay binomios imbatibles: romance + cine de catástrofes ('Titanic') o romance + cine histórico ('El paciente inglés') o romance + espacio de tiempo breve ('Los puentes de Madison'). De ahí no se puede escapar, como tampoco de aquellas cintas que se insertan en guerras y conflictos bélicos: 'La lista de Schindler' o 'El pianista'. En ellas, tus lagrimales están vendidos de antemano.

Hay una división mucho más sibilina. La de aquellos directores que utilizan el cinismo como arma a través del humor más corrosivo y revisten de comedias el catálogo más infame de atrocidades conocidas (en la línea de Todd Solondz, cuyo 'Happiness' es un arma irónica en torno a todas esas películas tristes de personajes que sufren conflictos incómodos de retratar). Y por último están los que buscan herirte indiscriminadamente, los que van a hacer daño sin piedad. Y en ese sentido, Lars Von Trier, con 'Bailar en la oscuridad' y 'Rompiendo las olas' y sus finales en torno a la idea del sacrificio, se llevaría el Oscar al director más malévolo y pérfido.