El cartel se puede ver al entrar en la Escola Tècnica Superior d¿Enginyeria Industrial de Barcelona (EITSEB), de la UPC, en la Diagonal: "Germany". Es un anuncio, una invitación a los estudiantes de ingeniería a que se vayan a trabajar Alemania. Álvaro González, de 20 años, estudiante de Ingeniería Industrial, esa carrera que antes garantizaba un trabajo, se niega: "Nunca me iría allí. Todos mis amigos están aprendiendo alemán. Las academias de lenguas aumentan los cursos. Parece que nadie sabe que en Alemania el trabajo juvenil es muy precario. Yo me iría a ver mundo, pero mi vida está aquí".

González, que estos días ha participado en las actividades de los estudiantes en protesta por los recortes, no es un ni-ni ni un pasota. Forma parte del consejo de gobierno y del claustro de la UPC. Obtuvo una nota media de bachillerato de matrícula de honor y nunca ha suspendido una asignatura: "Solo algún examen". No es la única característica llamativa en él: es marxista leninista. No quedan tantos. Y es el primer elegido por este diario, en tanto que coprotagonista junto con millones de jóvenes, para confirmar o desmentir la idea de que la generación que está en la universidad es la primera que se enfrenta a un futuro no ya inquietante, sino negro, un futuro robado. La primera generación, dicen algunos, que vivirá peor que sus padres.

"La sensación es que tenemos unas perspectivas laborales nefastas, que nunca tendremos estabilidad. No lo digo yo, lo dice la reforma laboral aprobada hace unos días. Llegará un momento en que una mayoría estará tan cansada del sistema que no habrá otro remedio que la transformación social. Que el beneficio del trabajo sea para el que trabaja", proclama. Se niega a emular a sus abuelos paternos, que emigraron a Suiza. Prefiere cambiar la sociedad que cambiar de lugar.

"Friegaplatos, si es necesario"

Distinta es la posición de Bruno Fañanás, de 23 años, estudiante de cuarto de Publicidad en la Universitat Ramon Llull y dispuesto a irse al extranjero, "a algún país anglosajón: Australia, Canadá, EEUU", aprender otro idioma y trabajar "de friegaplatos" si es necesario. "Lo que no puedo hacer es quedarme quieto. Tengo muchos amigos en paro. O me voy al extranjero o creo una empresa. Si nos vamos, ya volveremos cuando la situación haya mejorado". Fañanás no ha participado de las protestas de estos días. Su planteamiento es apostar por que menos gente vaya a la universidad y potenciar la formación profesional. Lo dice mucha más gente.

Josep Oliver, catedrático de Economia Aplicada de la UAB, no cree que el de hoy sea el peor futuro que ha encarado una generación, en Catalunya y España, en las últimas décadas. "Las condiciones a corto plazo no son buenas, pero no es la primera vez que pasa. Para los que tenían entre 18 y 25 años entre 1978 y 1985 el futuro era negrísimo. Hubo una pérdida de empleos similar a la actual en términos relativos. Hubo desindustrialización". Eso sí, recuerda, España vivía un retraso evidente y la comparación con la vida de los padres de aquellos jóvenes no arrojaba el saldo actual: los hijos podían mejorar la situación de sus mayores sin gran esfuerzo. Hoy, dice el catedrático, "la diferencia no es tanto la crisis, que como todas pasará, lo que afecta es la globalización, que lleva a una presión salarial a la baja". A eso, dice, se suma la evidente mejora del nivel de vida en las últimas décadas, que sí podría llevar a concluir que esta sea la primera generación que viva peor que sus padres. Oliver cree que el futuro sonreirá a quienes están hoy en la universidad: "La población de entre 20 y 39 años será en el 2021 de unos 11 millones en España, unos cuatro menos que ahora. Eso despejará el mercado laboral y como habrá demanda, subirán los salarios".

Volverá a haber oportunidades

También el economista y profesor de IESE Antonio Argandoña rechaza que el futuro sea un agujero negro sin parangón. "Anteriores generaciones lo han pasado muy mal: después de la guerra civil, de la segunda guerra mundial". Y subraya que hay gente que por su edad no ha vivido etapas previas de dificultad, con lo que no puede relativizar la actual: "Los últimos años, hasta el 2007, fueron excepcionales. Pero la expectativa de que esto seguirá no se va a cumplir. Oportunidades las habrá. Ahora no existen, pero volveremos a tenerlas. A la gente joven le diría que no se deje hundir. Tienen que echarse a la calle a buscar un trabajo de lo que sea y después mejorarán sus condiciones".

"No me lo creo, no creo que esta sea la primera generación que vivirá peor que la de sus padres. Para que eso sea cierto tendría que pasar algo similar a una guerra", sentencia Argandoña. Eso sí, comprende que los padres de los universitarios vivan con temor al futuro.

El antropólogo Carles Feixa señala el reto pendiente: dice que la juventud, "sobreformada", tiene que ser clave para salir de la crisis: "Hay que apostar por esa juventud y por el cambio tecnológico. Los jóvenes integrarán o no una generación perdida en función de cómo se resuelve la crisis y de si replanteamos el modelo de crecimiento". Si se fracasa en este empeño, dice, no lo pagarán los jóvenes, sino toda la sociedad.

Abundando sobre los universitarios y los que no lo son, Daniel García, portavoz de Avalot, los jóvenes de la UGT en Catalunya, esgrime un reloj de arena y un rombo. El primer objeto responde a la sociedad española: arriba, los jóvenes con formación universitaria: muchos. Debajo, los ni-ni: muchos. En medio, los de la formación profesional: muy pocos. El rombo responde al modelo europeo: arriba, universitarios; abajo, ni-ni; en medio, los de la formación profesional, un bloque numeroso. "El futuro es malo y estamos en peligro de que los más formados se vayan del país". Lídia Farré, investigadora del Institut d¿Anàlisi Econòmica (IAE-CSIC) y profesora de la Barcelona GSE, también ve excesivo el porcentaje de universitarios en relación con un mercado laboral que no los asume. Alternativas, según Farré: "Los más preparados que se marchen, y los medianos, que se queden, conscientes de que los salarios serán más bajos. Espero que no sea permanente".