Un masivo desahucio para que los pandas se atraquen de bambú no acallará el debate de si China va demasiado lejos para salvar a su icono. El parque planeado es una enormidad de 27.000 kilómetros cuadrados repartidos entre las provincias de Sichuan, Gansu y Shaanxi y que afectará a 19 condados y siete ciudades. Más de 172.000 personas deberán hacer las maletas, según la prensa oficial. No hay noticias aún de dónde ni cómo será recolocada esa gente, en su mayoría leñadores y mineros.

El Parque Nacional del Panda Gigante devolverá a los peludos plantígrados lo que fue suyo. La minería, la construcción de carreteras y las infraestructuras ligadas al veloz proceso de industrialización nacional han arrinconado a los pandas en las escasas montañas sin presencia humana y ricas en bambú.

Los exitosos esfuerzos chinos por proteger su emblema explican que el pasado año saliera de la lista de animales en peligro de extinción y fuera situado en el escalón inferior de «vulnerable». Su población ha pasado de los 1.596 ejemplares en estado salvaje en el 2004 a los 1.864 en el 2014. China ha aumentado las reservas, ha protegido los bosques de bambú, ha prohibido las talas, ha creado corredores para que las comunidades interactúen y ha perseguido con saña la caza furtiva. Algunos ecologistas han cuestionado que Pekín dedique tantos recursos a los pandas y desatienda otras especies menos adorables. Los bosques de bambú son muy costosos y solo benefician a los pandas.

Los desplazamientos masivos no han escaseado en las última décadas en China. Ambiciosas reformas urbanísticas como las que precedieron a los Juegos Olímpicos en Pekín o la Expo de Shanghái e infraestructuras mastodónticas como la presa de las Tres Gargantas han expulsado de sus hogares a decenas de millones de chinos.