Se juntaron el hambre y las ganas de comer. En junio del 2006 la agente literaria Ute Körner remitió a Ana María Moix un ejemplar de Los cómics. Arte para el consumo y formas pop (1968) profusamente anotado en el verano de 1974 por su autor, no otro que Terenci Moix (1942-2003). Lo había encontrado ordenando libros, explicaba Körner en un billete, y había creído que a Ana María le gustaría tenerlo. Como recuerdo. Claro que le gustó tenerlo. Pero no solo como recuerdo. La hermana de Terenci, directora editorial de Bruguera, sabía que el libro nunca había sido reeditado y que se había convertido en un texto de culto. Es una suma que da como resultado Historia social del cómic.

El nuevo título es la segunda corrección que aparece en el volumen revisado y ampliado, tampoco demasiado, por Terenci. La primera es el tachón en la tapa de Ramón, la mitad del nombre compuesto con que el escritor firmó sus primeros artículos y libros, Ramón-Terenci Moix. Historia social del cómic incorpora los retoques y apostillas del autor y nos devuelve a un Terenci que encapsula lo mejor de los 60, la década pop, y que se mantiene deliciosamente moderno.

Entra de nuevo en juego el azar, esta vez para subrayar la vigencia del texto. El dandi Rufus Wainwright se anotó en febrero otro tanto con sus réplicas exactas en Londres y París del directo Judy at Carnegie Hall, documento de la actuación que Judy Garland ofreció en el recinto neoyorquino el 23 de abril de 1961.

Un texto fetiche Un disco fetiche que Terenci ya adoraba y que utilizó como hilo conductor (estableciendo, además, mil conexiones heterodoxas: con Bette Davis, con Oscar Wilde, con Flash Gordon, con Zipi y Zape, con el ¡Hola!) de los dos primeros capítulos, en los que ofrece un examen de la naturaleza de la cultura pop y de la sensibilidad camp en particular, prima del kitsch y abuela del trash.

Terenci, claro está, había leído las ideas de Susan Sontag sobre el camp. De hecho, había leído todo lo que entonces había que leer. Empezando por Marshall McLuhan y por Umberto Eco.

"Eco reivindicaba la legitimidad cultural de los productos de masas. Que una tira de Charlie Brown de Charles M. Schulz tenía el mismo valor que una novela de Faulkner", dice Román Gubern, quien repasó con el autor las galeradas de Los cómics. Arte para el consumo y formas pop y prologa esta nueva edición.

"Era un personaje atípico. Un chico de barrio, sin una formación académica, que se las apañó para absorber lo más vivo de la cultura de la época. Su guerrilla periférica por lo pop fue importante", añade Gubern, otro guerrillero de la causa y académico.

Vaya si recuerda Ana María la pasión de su hermano por la historieta. "Me hacía gastar la paga en tebeos para niñas", dice. El Mercat de Sant Antoni era su misa dominical. Terenci trabajó como aprendiz en el estudio de Peñarroya y Cifré y llegó a publicar algún chiste en DDT. Llegado a la edad adulta, mantuvo la afición y descubrió que la historieta era, amén de una fuente de placer, un buen medio para descifrar la sociedad moderna.

Solo Luis Gasca con Tebeo y cultura de masas (1966) se le avanzó en España. Mucho antes que Tobey Maguire en La tormenta de hielo y David Carradine en Kill Bill, Terenci ya hacía seductores análisis del significado de los superhéroes y de su mitología.