Las crisis epilépticas de las que Gara Castro, de 16 años, nacida en Gran Canaria, se desprendió el pasado 18 de octubre en un quirófano del Hospital de Sant Joan de Déu, de Esplugues -tras cinco meses sin sufrirlas, han decidido explicar esta historia-, condicionaron su vida desde que tenía 2 años. La intervención no tenía precedente en España y no hubiera sido posible si Gara, una muchacha comprensiva, inteligente y madura, no hubiera transmitido al nutrido equipo quirúrgico y neurológico que iba intervenirla la seguridad de que participaría y resistiría con serenidad las seis horas en que iba a permanecer con la cabeza sujeta a un soporte de acero, inmóvil, con la tapa del cráneo levantada en un área de 15 por 10 centímetros, y necesariamente despierta durante los 180 minutos clave en que los cirujanos entrarían en su cerebro, previamente guiados por los electrodos de un robot estereotáctico que les había informado de los puntos exactos en que la actividad eléctrica de las neuronas sufrían los cortocircuitos epilépticos que enfermaban a la niña.

El día que entró en el quirófano, Gara conocía con detalle cómo iba a ser aquél largo proceso que podía suponer el reinicio de su vida. No le iba a doler. “No queríamos que nada le supusiera una sorpresa. Se lo explicamos todo”, recuerda Santiago Candela, uno de los tres neurocirujanos que intervinieron. “Ella quería operarse. Quería curarse de la epilepsia y no le daba miedo nada de lo que podía suceder en el quirófano. Sin su colaboración, no hubiéramos podido mantenerla despierta, y sin ese requisito, no la operábamos”, prosigue el cirujano.

Leyendo en la 'tablet'

Las crisis epilépticas de Gara ocurrían en un áera situada en el hemisferio izquierdo del cerebro, en la zona que conectaba el hueso occipital con el temporal, el punto exacto en que se sitúan las neuronas encargadas de la visión, las áreas del lenguaje y la función lectora. “No podíamos dejar a una niña de 15 años sin todo eso”, razona Candela.

Gara fue operada mientras leía en una tableta los textos que le iba sugiriendo la neuropsicóloga Anna López, junto a ella en el quirófano, a quien respondía cuando le preguntaba. Previamente, el interior del cerebro de Gara quedó cubierto con una capa de electrodos que emitían información. Pero fue la propia muchacha la que con su lectura constante fue confirmando a los cirujanos que podían proseguir en la extirpación de focos neuronales conflictivos. Si entraban en zonas de función intocable, la neuropsicóloga notaba que la niña no respondía, y retrocedían.

La operación, que dirigió el neurocirujano Jordi Rumià, introductor de la cirugía de la epilepsia en niños y bebés realizada en el Sant Joan de Déu, fue orientada por un neuronavegador externo en el que se habían cargado imágenes obtenidas por resonancia magnética y TAC sobre la situación del cerebro de Gara. La precisión fue absoluta. “Desde que salió del quirófano, Gara no ha vuelto a sufrir ninguna incidencia. Cinco meses sin crisis, cuando hasta entonces soportaba hasta cuatro por semana. Volvió a su casa, a Gran Canaria. Está contenta”, sintetiza Candela.

Adivinaba las crisis

En la peluquería de Lourdes Méndez, madre de Gara, las clientas no salen de su asombro. “No sabíamos que tu niña tuviera una cosa tan seria”, le dicen ahora, informadas por los medios locales del hito que ha superado Gara Castro. La niña nunca había dejado de ir a clase, por más que la noche anterior hubiera pasado por una decena de descargas cerebrales consecutivas. Estudiaba y apenas explicaba su sufrimiento a nadie. Por esa razón, tenía pocas relaciones. Fueron tantas las crisis que sufrió, y tantos los años adaptándose a ellas, que llegó a adelantarse a su irrupción, percibiendo la batería de cortocircuitos que iba a sufrir su cerebro segundos antes de que se produjeran, lo que le daba tiempo a gritar “¡mamá crisis!”, o solo “¡mamá!” porque la palabra crisis se le convertía en compleja.

Recuerda que se iniciaban con una especie de tics en el ojo derecho, que le parpadeaba sin parar. La comisura derecha del labio se alzaba hasta el pómulo, la mano se volvía rígida y lo que estaba pensando se quedaba en suspenso, con la mente en blanco. Cuando volvía la conciencia, sabía que se había perdido algo, pero ignoraba qué. Si veía o hablaba -ella dice que durante las crisis ni veía, ni oía ni hablaba- no controlaba lo que miraba o decía, aunque un día recitó el número de móvil de su madre a un amigo de la familia que la encontró en la calle, perdida en una ausencia epiléptica. A veces, caía al suelo. O su cuerpo se torcía hacia un lado, doblado como un bambú, sin llegar a caer. Así, hasta 27 veces en una misma noche. Porque cada crisis era en realidad una “salva de crisis”, describe Lourdes Méndez. “Un día volví sola a casa. Sin ver y sin saber donde estaba ni quién era, me encontré en la puerta de la peluquería. Yo creo que mi mente conservaba algo de memoria, pero dicen que eso es imposible”, desmenuza Gara. Ha decidido estudiar Medicina y especializarse en Neurología, para indagar en la enfermedad que tan bien conoce, sobre la que tanto ha leído y que tan fácilmente puede comprender en quien precise ayuda.

La operación la ha cambiado, dice Gara de sí misma. “Tengo mucha más seguridad. Tengo amigos. Me atrevo a ir a cualquier sitio con ellos, cosa que antes evitaba por si me daba una crisis”. Sigue siendo madura y comprensiva.