El cambio de hora que se aplica en la Unión Europea (UE) y EEUU desde hace 43 años cuando llega la primavera o el otoño nunca ha sido objeto de un estudio científico riguroso que evalúe los efectos que el adelanto o retraso temporal provocan en el cuerpo y la mente humanos. Sí se han publicado inquietantes datos sobre la repercusión colateral de la modificación horaria, conclusiones aparecidas en revistas científicas de prestigio que llegaron a asociar el paso al horario de verano (que este año se llevará a cabo esta madrugada del sábado al domingo) con un incremento estadístico, de hasta el 12%, de los infartos de miocardio, y un aumento de los accidentes de tráfico. El estudio cardiaco lo publicó en el 2008 New England Journal of Medicine y fue desmentido por la comunidad científica.

«Esos datos movieron una gran polémica pero no respondían a una investigación rigurosa centrada en el auténtico efecto del cambio horario en el ser humano. Sería muy importante hacer un trabajo serio sobre este tema, para que todo el mundo sepa de qué estamos hablando», propone el psiquiatra Antoni Bulbena e investigador de la influencia de la luz en las personas.

DESAJUSTE // A partir de su experiencia clínica, Bulbena sostiene que el cambio horario, especialmente el que se producirá esta noche cuando haya que adelantar en 60 minutos los relojes -se perderá una hora de sueño-, sí ejerce efectos perceptibles y molestos en los colectivos más sensibles o vulnerables de la sociedad, un amplio sector en el que destacan niños, ancianos e individuos de cualquier edad implicados en algún desajuste del estado de ánimo.

Esa repercusión, añade Bulbena, no desaparece transcurridas 24 o 48 horas desde la modificación horaria, como se afirma con frecuencia, sino que se arrastra hasta «unos 10 días». «Es el tiempo que el cuerpo humano necesita para readaptar por completo sus ciclos hormonales (cortisol, hormona de crecimiento, consolidación de la memoria adquirida) y el resto de relojes internos, entre ellos el de la presión arterial, el ritmo cardiaco o los periodos de sueño y vigilia», describe.

Tener más sueño del habitual, o no poder dormir de forma confortable son dos de las consecuencias más habituales del cambio horario en ese periodo de adaptación, describe el especialista. Irritabilidad, mareos o inestabilidad, malas digestiones y dificultad para concentrarse en actividades intelectuales son otras repercusiones. «Es una sensación general de estar grogui y tener que hacer un esfuerzo para mantener la atención en algo -resume Bulbena-. Todo esto forma parte del periodo que invierte el sistema vegetativo en acostumbrarse al nuevo horario, un ajuste que también debe realizar el sistema inmunológico e incluso la musculatura: no se tiene la misma fuerza de día que de noche».

La decisión de emprender el cambio horario dos veces al año tuvo una motivación económica inicial -el ahorro en luz artificial que implicaría-, un beneficio en cuestión desde hace años. Esto no ha impedido que el cambio de hora se instaure como indefinido para el ámbito europeo. Así se decidió en la última revisión del tema que realizó la UE. Estados Unidos y Canadá tampoco plantean modificaciones.

EL MISMO TODO EL AÑO // Una creciente proporción de médicos de familia, psicólogos y psiquiatras se han mostrado partidarios de mantener un mismo horario todo el año, sea cual sea el elegido. La mayoría escogería el veraniego. De esta forma, advierte el doctor Bulbena, se acabaría con el síndrome que se conoce como «trastorno afectivo estacional», pequeños malestares que conducen a la necesidad de un cierto recogimiento o aislamiento social o el deseo de comer más carbohidratos de lo habitual.

«Hay personas que engordan, sin percatarse de cómo, cuando se ha iniciado la primavera, y otras en otoño», explica una nutricionista, que no descarta la influencia del cambio horario en un incremento del consumo de comida gratificante.