La cúpula del trueno: dos entran, uno sale. 6.328 plazas médicas de formación especializada para 13.439 candidatos de toda España. 225 preguntas (más 10 de reserva), con cuatro posibles respuestas (solo una es válida). Teoría: un minuto por pregunta y 60 minutos para repasar. ¿La verdad? el caos, la duda, el alboroto. Son 13.439 cerebritos, los mismos que hace 20 años, cuando eran niños, decidieron que querían ser médicos y lo primero que aprendieron es que deberían ser auténticos empollones, los mejores: en el bachiller, en la prueba de acceso a la universidad, en la nota de corte, en la facultad y, al final, en el terrorífico examen del MIR. Dos entran, uno sale. Nadie acertó nunca más de 190 respuestas. El reto: intentar la mejor nota, tratar de estar lo más arriba posible de la tabla para poder escoger especialidad, centro y ser el mejor mileurista durante los próximos cuatro años mientras te formas como auténtico especialista.

Es el juicio final, la prueba que empiezas a preparar en una academia especializada donde «más que enseñarte medicina, pues tú ya has terminado la carrera y llevas seis años acumulando conocimientos, eso sí, conocimientos teóricos, pues no has visto un enfermo, te enseñan a pasar el examen, a afrontar, con garantías de éxito, las 235 preguntas», señala Carlota, una de las aspirantes. Te dan el libro gordo de Petete («las 2.760 preguntas que han hecho en los últimos 12 años y esas no las puedes fallar», apunta Mireia) y el manual de cada una de las 10 ó 12 asignaturas sobre las que versan las cuestiones. «Y te dicen, porque lo saben, que, normalmente, hay un centenar que se repiten cada año», añade Roger.

Se trata de estudiar, memorizar, empollar y practicar. «Cada sábado hacíamos un simulacro, pero, ¡claro!, no es lo mismo que fuego real, solo es fuego amigo. Aún no te mata». «El problema es que el examen evoluciona como la medicina, como la vida. Y si antes creían vital la estadística, digestivo o traumatología, ahora pueden preguntarte sobre ética, deontología, práctica, vida cotidiana», explica Markel.

La pregunta, cuentan, que colapsó a muchos candidatos el año pasado fue: una paciente te envía una petición a tu Facebook para ser su amiga, ¿qué haces? La respuesta era: la rechazas, un médico no puede tener como amiga de Facebook a una paciente. «Pero, ¿quién te enseña eso en la universidad? ¿Está esa respuesta en los libros? ¡No!», destaca Mireia. Y puede que, visto desde fuera, sea una pregunta irrelevante, «pero acertar o no una pregunta puede significar en la lista final 100 puestos arriba o abajo, perder la posibilidad de hacer la especialidad o escoger el hospital adecuado. ¡No es ninguna una tontería!». De ahí que las preguntas (o respuestas) que no están en los libros sean las más inquietantes.

Los cuatro, mínima representación de los 13.439 que se presentan este año al MIR, reconocen «tener la sensación» de que nunca antes han sabido «tanta medicina… teórica». Ellos, los 13.439, son pura disciplina. «No hay jefe que nos vigile, no tenemos contrato que nos obligue, estudias a saco, lo haces porque amas la medicina, porque quieres ser doctor, ¡porque necesitas la nota del MIR para cumplir tu sueño». MIR, el juicio final. La locura.