La infernal ola de incendios que está barriendo Galicia -y sobre todo el sur de Vigo- ha desbordado a los bomberos y ha obligado a los ciudadanos a implicarse en la tarea de proteger su hogar de las llamas.

Pazos de Borben es un municipio que agrupa ocho parroquias y suma poco más de 3.000 habitantes, que este lunes parecían tan tristes como su cielo, gris y cargado de ceniza, y tan cansados como su alcalde, Andrés García, que lleva dos noches en vela. "Si me apoyo contra una pared, me quedaré dormido", dice con los ojos enrojecidos por el sueño. Llevan dos días esperando la lluvia anunciada. Pero no ha llegado. Aunque hoy el viento ha amainado, la temperatura ha bajado y la humedad ha subido. Todo esto es determinante. La pesadilla parece remitir.

Lucía viste una mallas deportivas, calzado de 'runner', un polar rosa y lleva el pelo recogido en una coleta. Es propietaria de dos residencias de ancianas y se ha pasado el fin de semana haciendo viajes entra ambos centros. "No pudimos desalojar porque había fuego por todas partes y trasladar a los abuelos era más peligroso que dejarlos", aclara. En un centro hay 60 personas y en el otro 12. De media, sus huéspedes tienen más de 80 años. "Son la parte más frágil de la sociedad", recuerda.

PAÑOS MOJADOS BAJO LA PUERTA

Para evitar que el humo se colara en las residencias han mojado paños que han colocado bajo las puertas. Y se han resignado a esperar mientras los bomberos y la Guardia Civil trataban de abrir a contrarreloj cortafuegos que alejaran las llamas de los geriátricos.

Los ancianos solo sacaban la vista de la ventana, desde la que veían como ardían bosques cada vez más cercanos, para ponerlos frente al televisor y saber qué más ardía en Galicia. "Muchos lloraban, pero no de miedo, sino de pena", asegura Lucía.

Diego trabaja en una gasolinera ubicada a la entrada de Amoedo. En la cafetería el diario 'La Voz de Galicia' ya culpa directamente a "los incendiarios" de lo que ha pasado en esta tierra. "Han sido demasiados focos simultáneos para creer en las casualidades", subraya una trabajadora de la Xunta que coge fuerzas en la cafetería de esta estación de servicio. Diego ayer a las nueve de la noche les pidió permiso a sus jefes para dejar su trabajo y acudir en auxilio de sus abuelos.

HAZAÑAS ANÓNIMAS

"No querían irse, intentaron desalojarlos pero se negaron. Tenían miedo de quedarse sin casa", explica. Junto a ellos, Diego se lió a cubos y a manguerazos contra las llamas. Lograron detenerlas lo justo para que rodearan la vivienda y calcinaran todo lo demás. Hoy parecía contento de una hazaña que se ha repetido en incontables domicilios gallegos asediados por decenas de incendios.

Los gallegos están "acostumbrados" a los fuegos. Pero no a uno como este, que quemaba "en 10 horas lo que los otros quemarían en 10 días", remarca el alcalde García. "Si la lluvia llega de una vez, podremos irnos a dormir", implora.