El poco tiempo que logró dormir la noche antes de comparecer ante el juez soñó que estaba tumbada en una camilla, con las piernas abiertas, mientras los abogados comprobaban dentro de su vagina si había mentido. El crudo episodio, que ejemplifica la tortura por la que se ven obligadas a pasar durante el proceso judicial las mujeres violadas que deciden denunciar, lo expone Violeta García Gago, psicóloga de la Associació d'Assistència a Dones Agredides Sexualment (AADA). Se lo contó antes de entrar en la sala una de las mujeres a las que acompaña en el intento de hacer que la agresión sexual se convierta en un mal recuerdo, no en el centro de sus vidas.

"A veces el juicio es peor que los abusos. Denunciar tiene un precio muy alto. Sabes que vas a ser puesta en duda en todo momento. Y el juicio es el momento en el que mejor te tratan de todo el proceso. Hasta llegar a él tienes que pasar por otros muchos interrogatorios, que empiezan cuando vas a denunciar a la policía. Un 'perdona que te pregunte esto, pero...' es la máxima amabilidad a la que puedes aspirar", prosigue la psicóloga, quien insiste en que preguntas como "¿qué llevabas puesto?" o "¿habías bebido?" se repiten en prácticamente cada interrogatorio. "Es más cómodo pensar que esto solo le pasa a un determinado tipo de personas -reflexiona García Gago-; pensar que son hechos aislados. Que la justicia funciona. Ver lo contrario es reconocer que, como sociedad, tenemos un problema y tenemos que afrontarlo".

Comparte el diagnóstico la abogada especializada en prevención de violencias machistas Carla Vall. "Las violencias hacia las mujeres son tan comunes, es tan habitual que una mujer sufra una agresión sexual, que si desmontamos el mito de la violación y nos dotamos de una foto real de la sociedad, supondría un trauma muy grande", señala la penalista. Vall, como García Gago, señala que el juicio contra la Manada conmociona porque sigue el patrón del mito de la violación, pero ambas recuerdan que el 80% de los casos se dan en entornos de confianza.

Violeta García Gago, psicóloga de la Asociación de Asistencia a Mujeres Agredidad Sexualmente /RICARD CUGAT

"La violencia machista es estructural. Es la normalidad más absoluta, y los mitos sobre la violación presentes en la calle están también dentro de los juzgados", señala Vall. En la misma línea, subrayando la necesidad urgente de reconocer las violencias cotidianas, se pronuncia Dolo Pulido, activista feminista de Ca la Dona. "Los abogados de la defensa siempre intentan vender que somos putas, que estamos locas o que somos unas arpías mentirosas con intereses espurios", coinciden Vall, Pulido y García Gago.

Sobre esas tres características instrínsecas a la condición femenina según el imaginario colectivo, cultivado durante siglos por el patriarcado, giran las preguntas de la defensa, trasladadas al juicio paralelo al que las víctimas son sometidas en los platós y las redes en casos mediáticos como el de los Sanfermines, o en los pasillos de la facultad o la plaza de su pueblo. Las tres coinciden también en que el debate sobre el caso de la Manada podría servir para poner en evidencia la violencia estructural hacia las mujeres, pero no lo está haciendo. "En los casos muy televisivos se ha blindado el imaginario de la cultura de la violación. En el de la Feria de la Málaga, ella no pudo soportar el linchamiento que sufrió y retiró la denuncia [aseguró ante el juez que había mentido]. El mensaje que ha quedado es que fue una denuncia falsa. Se mediatizan los casos que siguen los estereotipos. Como vais solas, bebidas, primero queréis y después decís que no...", denuncia la letrada.

"En ningún momento dijo 'no'"

Vall plantea la necesidad de repensar el sistema: "Tenemos demasiada confianza en la ley. El derecho cristaliza lo que tenemos en la calle. Se le pide al derecho que transforme la sociedad y es imposible". Pone también sobre la mesa la perversión de los interrogatorios en relación al consentimiento. "El 'en ningún momento dijo que 'no'' da por hecho que todas las mujeres estamos a disposición de los hombres. Tenemos que decir expresamente que 'no'; de lo contrario, se da por hecho que dices 'sí'", señalan. "Tendríamos que ir más allá en las campañas del 'no es no'. "No siempre puedes decir 'no'. A veces te quedas bloqueada. Solo el 'sí' es 'sí'. Hay que avanzar hacia la cultura de los deseos. Consentir es dejar que te hagan. La niñas tienen que poder decidir qué quieren. El 'no es no' parte de un 'tú puedes ir haciendo hasta que te diga que no'. Aquí entra también la necesidad de la deconstrucción del amor romántico", reflexiona la especialista en violencias machistas.

"El mensaje que queda en las niñas de casos mediáticos como el de Málaga o el de los Sanfermines, es claro: si me pasa, no denunciaré", concluye la penalista, quien asegura que, por otro lado, solo un tercio de las agresiones denunciadas acaban con condena ("tenemos unos índices de impunidad muy elevados", asegura Vall). En las otras dos terceras partes, o no se llega a celebrar al juicio -porque las agredidas no logran sostener la presión del proceso y retiran la denuncia o porque no las creen y no se llega al juicio- o se archivan o quedan absueltos los acusados.