Hace dos años pasado por estas fechas, el artista británico Plastic Jesus plantó en pleno Sunset Boulevard un Oscar gigante de hierro que esnifaba cocaína a cuatro patas; en el 2014 ya había hecho lo propio con una réplica similar de la dorada estatua que se inyectaba heroína. El objetivo, al parecer, era exponer el lado oscuro de la industria del cine. El año pasado, sin embargo, el señor Jesus prefirió no volver a hacer de las suyas. Nadie le habría prestado demasiada atención, porque la Academia de Hollywood estaba suficientemente atareada intentando sofocar el incendio provocado por la ausencia total de intérpretes negros entre los nominados, circunstancia que provocó el boicot a la ceremonia por parte de personalidades como Spike Lee, Will Smith y Jada Pinkett. Y tampoco es probable que este año Plastic Jesus vuelva a aparecer, porque si alguien está llamado a encender la llama de la polémica no es él, sino Donald J. Trump. El nuevo enemigo público de Hollywood.

ACTOR DE PASADO NAZI

El Oscar al nombre más vituperado de la gala parece, pues, adjudicado de antemano. Pero pase lo que pase, no pasará en realidad gran cosa. Después de todo, los Oscar están tan habituados a la polémica que, de hecho, podría decirse que crecieron envueltos en ella. Tan solo cuatro años de vida tenían los premios cuando en 1933 empezaron a verse salpicados de fango al saberse que el actor alemán Emil Jannings, primer ganador del Oscar de la historia en 1929, había empezado a rodar propaganda para los nazis. Y solo tres años después, la Academia sufrió el boicot de un nutrido grupo de actores, guionistas y directores que exigían el derecho a organizarse en sindicatos, que dio inicio a un largo historial de conflictos laborales. Como la huelga de guionistas que a punto estuvo de sabotear la ceremonia del 2008; o las protestas que hace tres años dieron a conocer los ínfimos salarios en el seno de la industria, algunos de cuyos trabajadores recurrían a los servicios sociales para llegar a fin de mes.

En todo caso, los conflictos relacionados con el Oscar casi siempre tienen que ver con quién lo recibe. El más sonado, sin duda, la protagonizó el premio honorífico concedido a Elia Kazan en 1999. Lo que se le ponía en duda, claro, no era la calidad artística sino la humana: en 1952, en plena Caza de Brujas, delató a muchos colegas que habían pertenecido junto a él al Partido Comunista. Mientras el cineasta recogía el premio, un millar de personas protestaban en el exterior del Dorothy Chandler Pavilion (en la fotografía), y en su interior buena parte del público permanecía de brazos cruzados, esforzándose por dejar claro con el rostro su desprecio a quien consideraban un traidor.

BJÖRK VESTIDA DE CISNE

Y es precisamente ahí, en el transcurso de la gala, ante la mirada atenta -o no tanto- de cientos de millones de espectadores, donde más pancartas se han desplegado. De hecho, raro es el año en el no hay alguien que monte un pollo ya sea en la alfombra roja -cómo olvidar a Björk vestida de cisne y abierta de piernas, dejando caer un enorme huevo de su entrepierna- o en pleno reparto de estatuas.

En el 2015 Patricia Arquette reclamó mejores salarios para las actrices; dos décadas antes,Tim Robbins y Susan Sarandon aprovecharon su minuto ante la cámara para exigir el asilo para un grupo de haitianos seropositivos, y en la misma gala Richard Gere condenó las violaciones de Derechos Humanos cometidas por China. En 1977 Vanessa Redgrave aprovechó su discurso para defender la causa palestina y hablar de “matones sionistas”, y recibió por ello casi tantos abucheos como Michael Moore en el 2003, cuando al recibir su premio por 'Bowling for Columbine' puso verde al presidente Bush. Y cómo olvidar a Marlon Brando, que en 1973 mandó a una activista disfrazada de india apache para rechazar su Oscar por 'El padrino', en protesta por el trato que los nativos americanos recibían de la industria. Un gesto parecido al que podría protagonizar este año el cineasta iraní Asghar Farhadi, cuyo 'El viajante' suena cada vez con más fuerza como favorito al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa y que ya ha anunciado que no acudirá a la gala en protesta por las medidas de Trump contra los inmigrantes procedentes de países islámicos.