Muy de vez en cuando una película logra coger de la mano a aquellos que no entienden de poesía y les invita a entrar en ese mundo, no con ilustraciones o análisis sino provocando sensaciones. Recientemente lo ha logrado Terrence Davies en ‘Historia de una pasión’,encerrando al espectador en la soledad de Emily Dickinson, y vuelve a hacerlo ahora Jim Jarmusch con ‘Paterson’, que no es un 'biopic' de William Carlos Williams sino algo mucho mejor, una quintaesencia de la mirada sencilla y directa pero esmeradamente profunda de uno de los grandes poetas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX, al que muchos críticos sientan junto a T. S. Eliot y Ezra Pound, de quienes fue contemporáneo.

Por cierto, el efecto rebote de la poesía en una película tiene ya su tradición: ocurrió con e. e. cummings gracias a ‘Hannah y sus hermanas’ -“nadie, ni siquiera la lluvia, / tiene las manos tan pequeñas”- y ‘descubrió’ a muchos a nada menos que a W. H. Auden en ‘Cuatro bodas y un funeral’, en el que es quizá el principal mérito de esa comedia.

No existiría Paterson, protagonista de la película, poeta y conductor de autobuses en la ciudad del mismo nombre, si no hubiera existido su admirado William Carlos Williams (1883 -1962), que aunque vivió siempre en Rutherford, Nueva Jersey, trabajó durante 40 años en la cercana ciudad de Paterson como médico pediatra y obstetra atendiendo más de 2.000 partos y, entre uno y otro, garrapateando sus esenciales poemas en papelitos. Poemas necesariamente breves porque el tiempo de descanso no daba para más y porque el papel más a mano era el dorso de sus recetas.

El estreno del filme, que fue la mejor película internacional del 2016 según los críticos de este diario, ha logrado despertar un interés general por el poeta y ha multiplicado las ventas de sus libros, especialmente de ‘Paterson’, un excepcional, por largo y ambicioso, poema épico (sí, puede existir la épica íntima y sencilla) sobre la pequeña ciudad que el autor se dedicó a retratar, habitantes, historia y paisaje -las cataratas Passaic-, con el mismo ahínco con el que Walt Whitman hizo el ‘censo’ poético de Estados Unidos.

El caso es que ‘Paterson’, el poema, publicado por Cátedra en el 2001 en traducción de Margarita Ardanaz, tiene ahora nueva vida en las librerías. A él se unirá en marzo la próxima edición en Lumen de los ‘Poemas reunidos’ del autor en edición de Andreu Jaume y excelente versión en castellano de Michael Tregebov, Edgardo Dobry y Juan Antonio Montiel, diga lo que se diga en el filme (“Traducir poesía es como ducharse con un chubasquero”). El libro reunirá varios de los poemarios de Williams -pero no 'Paterson’- ya conocidos, al que se unirá el primerizo 'Kora en el infierno' publicado en 1920 e inédito hasta el momento.

LA CUNA DEL COLT

Paterson, la ciudad, es como se aprecia en la película un lugar al que han azotado distintas crisis -y la última, no digamos- después del desmantelamiento de la industria armamentística. Allí se montaba, por ejemplo, el mítico Colt 45, compañero de viaje de tantas películas del Oeste. Pero cuando la glosó Williams era un perfecto microcosmos para su objetivo: retratar la pluralidad y la sencillez esencial del pueblo norteamericano al ser posiblemente el lugar con mayor pluralidad de emigrantes -españoles incluidos- de la zona. De hecho, la madre del poeta era portorriqueña, de ahí el sorpresivo Carlos de su nombre.

Ese 'melting pot' le sirvió para reflejar lo que más le interesaba, la América popular y el habla de la calle que trasladó a sus poemas sin adorno y, lo más importante, sin rima pero sí con un especial y personal ritmo interno con el que, como asegura el editor Andreu Jaume, "intenta fundar una tradición desde cero". Uno de los poemas más conocidos de Williams, 'La carretilla roja', es casi un haiku: "Tanto depende de/ una carretilla/ roja / barnizada por agua de la lluvia / al lado de las gallinas blancas". Y es fácil detectar en él el modelo de los poemas de Paterson, el personaje de la película, escritos en realidad por el poeta Ron Padget, tan obsesionado como él por los objetos. “No hay ideas sino en las cosas”, escribe, constatando que estas no sirven como símbolo sino como realidad en sí misma. Ese famoso verso, que forma parte de la primera parte de las cinco que componen ‘Paterson’, el libro, funciona como reveladora llave de su poética.

Lo explica el editor Andreu Jaume en clave profesional. "Su visión poética es como la de un médico de pueblo, que es exactamente lo que era, alguien que sabe escuchar a los demás para entender los síntomas y sus enfermedades y es capaz de explicarlas sin prejuicios y sin una visión ordinaria. Puede parecer muy sencillo pero es un poeta muy, muy complejo".