En 1963 dejó la sofocante Bulgaria comunista para instalarse en la ventilada Francia republicana. Tzvetan Todorov se convirtió así en un «hombre desplazado», en un extranjero. Pero esa idea de «nosotros» y «los otros» que planteó por primera vez en el libro La conquista de América (1982) y que ha seguido trabajando hasta su último El miedo a los bárbaros (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lecotres), es decir, la idea que ha dado sentido a buena parte de su vida intelectual y por la que recibe el jueves el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, tiene un origen aún más remoto y primordial: su madre, fundamento de su concepto de civilización.

-¿Cómo era esa madre suya?

-Era un ser dominado por el amor a los que la rodeaban. Una persona que anteponía el bien del otro al suyo propio. Creo que la ética empieza en el mismo momento en que se es capaz de cuidar a otro más que a uno mismo. Si no hubiera sido testigo de aquel amor materno ilimitado, no habría reflexionado sobre la relación entre nosotros y los otros.

-Más tarde, el exilio le proporcionó más material para la reflexión.

-He vivido la experiencia de alguien dividido entre dos culturas, sí. Nací y me formé en Bulgaria, y me instalé en Francia cuando tenía 24 años. Pero entre los 24 y los 41 años me centré en la inmersión en la cultura francesa. No me interesó especialmente mi propia dualidad.

-¿Qué le ocurrió a los 41 años que despertara su interés?

-Viajé a América Latina, concretamente a México. Allí supe que el encuentro entre españoles y ameriindios fue el más chocante de la historia de la humanidad. Ambas partes del universo se ignoraban hasta entonces. Aquella conquista dejó detrás sangre, violencia y destrucción, pero produjo un cambio de paradigma a escala cósmica. Escribí el libro La conquista de América y entendí que mi existencia estaba hecha sobre el diálogo de dos culturas.

-Dice usted que todos somos extranjeros.

-Lo dijo Hugo de San Víctor en el siglo XII en un sentido teológico, pero yo reformulo su idea y digo que en el siglo XXI, época en la que la circulación de personas es más grande que nunca, es muy importante que tengamos una mirada condescendiente por el extranjero, porque cada uno, por la fuerza de las circunstancias económicas, sociales o meteorológicas, puede mañana acabar siendo un extranjero.

-Con esta crisis galopante, la posibilidad parece más real que nunca.

-Precisamente por eso que he escrito El miedo a los bárbaros. Ya no podemos ignorar la existencia de los otros alrededor nuestro. Saber cómo relacionarnos con ellos se ha convertido en algo urgente. En la primera guerra mundial cada uno vivía en su propio país. Todo se aceleró tras la segunda guerra mundial con la innovación en los medios de comunicación. Vinieron los aviones, y luego los chárter, y más tarde el low coast, pero también aumentó el tráfico de personas de los países pobres del sur a los países ricos del norte. El extranjero es un bien precioso, créame. Nos permite comprendernos mejor a nosotros mismos.

-Cuando usted salió de Bulgaria no imaginó ver la caída de la URSS. ¿El capitalismo se tambalea?

-Así es. Sin embargo, ambos acontecimientos pertenecen a distintos planos. A diferencia de la URSS, ahora nadie pone en cuestión el régimen político de Occidente. Lo que está a punto de cambiar es el equilibrio económico del mundo, cosa que en el fondo me alegra. Soy un ciudadano de la UE, y sé que la UE corre el riesgo de perder peso en el mundo, pero aplaudo la prosperidad de la China, la India, Brasil y, espero que en un futuro próximo, la de Rusia, Suráfrica y México.

-A estos países les llama usted «los países del apetito».

-Sí. Son los países que no podían hacer oír su voz en el corazón de las naciones pero que dependían de instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial, o lo que es peor, de potencias como EEUU o la UE. Hoy se afirman como actores independientes de la escena mundial. Para mí, partidario del pluralismo, eso solo puede alegrarme. Yo prefiero un mundo plural que un mundo unificado bajo la dominación de una potencia única. Pero este proceso no es una revolución, no caerá estrepitosamente el capitalismo, sino que será un proceso gradual que ocupará unos cuantos años. EEUU, que ha vivido por encima de su economía, desde hace un decenio aguanta gracias a la inversión china.

-EEUU y la UE, continúa diciendo usted, son los «países del miedo».

-Así es. Y me sorprende hasta qué punto el miedo determina sus conductas. Mientras que en los países del apetito hay una esperanza de vivir un mañana mejor que el hoy, constato que en otra parte del mundo, en especial en los países musulmanes, la pasión que los impregna es el resentimiento, causado por una experiencia de la humillación que se remonta al pasado, pero también en el presente. Así que los países del miedo, los nuestros, temen a los del apetito y a los del resentimiento.

- «Y el miedo a los bárbaros conduce a la barbarie...»

-La barbarie comienza a partir del momento en que se trata a los otros como consideraríamos inaceptable que nos trataran a nosotros .

-¿Bárbaros han sido los vendedores de subprimes?

-Ja, ja. Esos son mayúsculos egoístas que han querido ganar mucho dinero muy rápido, pensando que todo el mundo hace trampas. Esos son cínicos, no bárbaros. Yo me refiero, por ejemplo, a la guerra contra el terrorismo, que es una guerra de ocupación. Los gobiernos democráticos están asumiendo que todos los medios valen, incluida la tortura.

-¿Alguna receta, profesor?

-Todos podemos contribuir. Yo, escribiendo libros. Ustedes, con artículos de prensa. El señor Zapatero, hablando a sus conciudadanos de la forma apropiada. La reacción del público español el día después del atentado de Atocha fue ejemplar. Tras ese atentado odioso, España no se sumergió en la islamofobia. Y sobre esa buena base, los intelectuales, los artistas, los productores de espectáculo, los periodistas deben influir en la conciencia y en el inconsciente de las poblaciones. Hoy más que nunca la elite política y cultural tiene una gran responsabilidad.

-Pero el islamismo preocupa a la derecha y a la izquierda.

-Tras el asesinato de Theo Van Gogh y el asunto de las caricaturas de Mahoma hemos visto que la oposición no se produce entre derechas e izquierdas, sino entre dogmáticos intolerantes y defensores de la libertad de acción. A mí no me gusta ver mujeres con velo, la verdad, pero no pienso que se deba emplear la fuerza para que se lo quiten. Eso pertenece en gran medida a la vida privada de los individuos. Sin embargo..

-Adelante.

-El velo integral que existe en países como Afganistán o Pakistán podría prohibirse en la UE. El rostro es, para nosotros, la expresión directa de la individualidad. Somos hostiles a su disimulación sistemática. Si vemos a alguien que se pasea por las calles de París o de Barcelona con un pasamontaña, como los desvalijadores de banco, no lo aceptamos. El velo integrales pues es inadmisible. Esta es otra receta: la ley debe estar por encima de las costumbres. Pero hay costumbres que no merecen ser desmanteladas por una ley. La ley está para condenar, por ejemplo, los crímenes de honor.

-No estaría demás que el mundo musulmán hiciera autocrítica, ¿no?

-Les podemos animar, pero no está bien corregir a los otros cuando somos poco eficaces a la hora de corregirnos a nosotros. Ellos automáticamente nos responderían: ¿Y por qué ocupais Irak o Afganistán? ¿Por qué no dejais tranquila a Palestina? Si nos ponemos a la cabeza de los reproches, no avanzamos.

-En ese «nosotros» y «los otros» que tanto le interesa anda también Cataluña. ¿Qué le recomienda?

-No soy quién para decir a Cataluña qué debe hacer.

-Pongamos que fuera usted catalán.

-Si yo fuera catalán, aprovecharía la ventaja de pertenecer a dos culturas. Incluso a tres. Hoy podemos ser catalanes, españoles y europeos. Estoy convencido de que el destino de los judíos europeos de antes de la segunda guerra mundial, que consistía en ser judíos de cultura, franceses o alemanes de ciudadanía, y cosmopolitas de convicción, es un modelo que se va a generalizar.

-Pero esos judíos vieron la necesidad de un hogar nacional.

-El Holocausto desencadenó en muchos esa necesidad, pero no en todos. Otros muchos siguieron reconociéndose como judíos en un plano cultural, pero fueron y son leales al país en el que viven. Mi admirado Raymond Aron fue un buen ejemplo de ello.

-Destila usted un optimismo poco corriente en estos tiempos.

-Volviendo al principio, un gesto ejemplar de civilización es el acto materno de protección. Es un gran modelo para aplicar a nuestras relaciones humanas. Esa actitud se opone a la agresividad y al deseo de sometimiento. Uno de mis autores favoritos, Jean Jacques Rousseau, dice: «El bien y el mal manan de la misma fuente». Y esa fuente es la necesidad de vivir con los otros, de obtener gratificación a través de ellos. Si no la obtenemos a través del amor, lo intentamos por la violencia. Por eso es importante el papel de los políticos, los intelectuales y los artistas.

-¿Me dice qué le hace a usted feliz?

-Es la relación de intercambio, a veces amorosa, con otros seres humanos. Pero también me produce felicidad haber ganado el Premio Príncipe de Asturias, ¿eh?