No hubo compasión ni «Europa de los valores» para Véronique Nzazi, madre a la que el Mediterráneo separó para siempre del menor de sus seis hijos, Samuel, de tan solo cuatro años, en el naufragio de una patera el 14 de enero. Un zarpazo de ese mar que esta congoleña enferma de un tumor en el cuello vio como su última salida. En su país, la República Democrática del Congo, el tratamiento que precisaba no existía y, además, su hijo Samuel también estaba enfermo. Según su padre, Aimé Kabamba, el pequeño sufría «problemas pulmonares». Por eso, esta mujer de 44 años se arriesgó a llevarlo con ella.

Muchos meses antes, Véronique había llamado a las puertas de la fortaleza europea para pedir un visado que la Unión Europea le denegó. Hace dos semanas, el cuerpo de un niño subsahariano, vestido con un abrigo marrón como el que llevaba Samuel, apareció en una playa de Barbate (Cádiz). El mar devolvió a la madre el pasado jueves, en una playa argelina, a cientos de kilómetros del pequeño que se cree es su hijo. Sin identificar oficialmente, Samuel es ya el Aylan español, en alusión a aquel otro niño, de origen sirio, que también pesa en la conciencia de Europa.

Desde Kinshasa, el marido de Veronique y padre de sus seis hijos, el pastor evangelista Aimé Kabamba, recuerda cómo su mujer llevaba 18 años luchando con un doloroso tumor en el cuello, que no para de crecer.