Como cualquier estudiante que estos días se va de Erasmus para el segundo cuatrimestre, Miguel Castillo confiesa estar «un poco nervioso» y pendiente del alojamiento. La gran diferencia es que él tiene 80 años, mucha más experiencia, tres hijas, muchos nietos, una segunda mujer y algún que otro achaque.

«Un profesor me dijo: ‘Tú que eres inquieto, ¿por qué no te vas de Erasmus?’ Y yo le contesté ‘Hombre, pero a mi edad…’. Me dijo que lo importante era que me encontrara bien y sí que me encuentro bien y eso que tengo cuatro bypassdesde que me operaron hace cinco años del corazón», explica restándole importancia. «Pensé que es una aventura y acepté», comenta.

Y cuenta la primera de las muchas anécdotas que ya ha vivido antes incluso de coger el avión. «Nos hicieron una prueba de nivel de idioma y fue gracioso porque la señorita bedel cuando fui a entrar me dijo ‘Por favor, los familiares esperan fuera’ y yo le dije ‘No, fuera tengo a mis nietos, el que se examina soy yo’», recuerda. El examen lo pasó holgado. «En italiano me defiendo”, afirma resuelto.

Estudiante de tercero de Historia en València, acabará el curso en Verona, se irá con su mujer (enviudó de la primera) y como cualquier Erasmus tiene cola para recibir visitas, aunque es cierto que también cambiará el perfil clásico. «Tengo una lista con toda la gente que quiere venir: las primeras, mis hijas con los nietos. Y también amigos. Voy a tener que marcar fechas», asegura.

Su esposa le ha pedido que se alojen en un hotel

Será cuando encuentren apartamento porque de momento se irán a un hotel, fue la única petición de su mujer, «la compañera ideal», apunta, para no verse en un colegio mayor en el que él no tendría problema en instalarse.

Porque, aunque les cuadruplica la edad, este exnotario se encuentra muy cómodo con sus compañeros de clase. «El otro día estábamos esperando el autobús en la Gran Vía y uno con rastas, como va ahora la juventud, me dice ‘¡Abuelo!’ y se me abraza y mi mujer dice ‘¡Cuidado!’ y yo le dije ‘Tranquila que es un compañero de clase’. Es un chaval fenomenal que reparte pizzas todos los días de diez a dos de la madrugada y a veces se pega cabezadas en clase y le tengo que despertar», señala, entre risas.

«Estoy muy a gusto con ellos. Algunos me piden que asesore a sus padres para hacer testamento, otros me preguntan qué me parece su novia… Con cariño muchos me llaman ‘abuelo’», explica con un punto de orgullo. Con ellos se va de cena o de comidas y se pasan apuntes. «Tengo que confesar que este semestre he tenido altibajos y he fallado a algunas clases, pero, por suerte, tenía apuntes a punta pala», dice.

Erasmus futbolista en la Barcelona de los 60

Para Castillo irse a estudiar fuera no es nuevo. Lo hizo a finales de los años 50 para hacer Derecho en Barcelona, donde llegó después de un año entero trabajando en el campo con su padre tras haber suspendido todas las asignaturas de primero en València. Él, que había sido premio extraordinario de Bachillerato. «Fui fanfarrón», admite con la humildad que dan los años.

«Aquello fue casi mayor aventura que lo de ahora. Tenía menos medios y, aunque no lo parezca, más desconocimiento, pero tuve mucha suerte con los compañeros», recuerda. «Había quienes iban a sacarse el título y otros íbamos a estudiar, ellos se aprovechaban de nuestros apuntes y nosotros de comer en sus casas o de ir al Liceo con su ropa. Cada uno ponía lo que tenía, nadie te humillaba», puntualiza.

Castillo se mantenía dando clases particulares, pero también como extremo izquierdo semiprofesional en el club histórico de fútbol Fabra i Coats, uno de los antecesores del Barça B. «Te ofrecían un sueldo muy pequeño o un trabajo en la fábrica y yo cogí el sueldo para poder estudiar. Decían que podía haber sido muy bueno, que tenía mucha clase, pero que me faltaba ganas», rememora.

Castillo también se involucró en una ciudad que empezaba a bullir de activismo político. Tres días estuvo encerrado en la universidad vieja y ya en la nueva firmó, («tontamente», aclara) un manifiesto pidiendo la dimisión del rector, entre otros con Jordi Solé Turá, uno de los padres de la Constitución. Las consecuencias de aquello le animaron a dejar la política y a hacerse notario. «Lo recuerdo con añoranza», narra divertido.

Para este estudiante valenciano, Verona no será completamente nueva. «Estuve hará cuarenta y tantos años, oyendo a la famosa Maria Callas», recuerda. Comenta que para el fútbol ya no se ve, aunque ha tenido ofertas. «Me llamaron y me dijeron ‘El Hellas Verona va el penúltimo de la Liga, ¿nos podría ayudar?’ Y yo les decía ‘¿se han fijado en mi edad? Puedo ir con el banderín por la banda como mucho’», cuenta jocoso.