Araujo. Así se apellida el hombre que, todo apunta, ayer, decidió poner un violento final a la vida de un vecino suyo porque le molestaban los ladridos de su perro. Nadie de los que le conocen entienden qué pasó por su cabeza para tomar tal determinación.

Nacido en 1953, en Sudamérica, emigró a España hace décadas, se afincó en el País Vasco y obtuvo la nacionalidad española. Hace algo más de un año, buscando mejorar su situación laboral, se trasladó a Benicarló y trabajaba en un conocido hotel de Peñíscola. Compartía su vivienda con su compañera sentimental, una mujer rumana varios años más joven que él, y ambos, ante los ojos de los que les conocían, eran una pareja “normal”. La mujer trabajaba como dependienta en una zapatería del complejo urbanístico Peñismar.

Ayer, sus compañeros de trabajo y jefes, no entendían qué había pasado. “Nos ha enviado un mensaje al móvil, pero no sabemos nada”, decían mientras esperaban en la puerta del domicilio donde aconteció el siniestro. Minutos más tarde, salía por la puerta, esposada y custiodiada por tres agentes de la Guardia Civil, vistiendo una falda, una camiseta de tirantes y chanclas. Su rostro y cabeza, oculto a la vista de los curiosos, con una toalla. Más tarde, era su compañero el que, en las mismas condiciones, salía del edificio y era trasladado a las dependencias de la Guardia Civil.

Manuel, la víctima, era vecino de la localidad catalana de Martorell. Allí vivía con su familia y cada mes de agosto, desde hace años, elegía Benicarló como destino de sus vacaciones. Este año no fue distinto, únicamente cambió de apartamento, eligió el sito en el número 85 de la avenida Papa Luna. Algo retirada del núcleo urbano, podía pasear con su perro. A Manuel le quedaba poco para jubilarse, tenía 64 años, sus amigos y vecinos le definen como un hombre amable, simpático y amigo de sus amigos.

Él y su mujer solían reunirse con otros amigos catalanes, ya jubilados, que vivían en Benicarló. Manuel tenía un perro de tamaño mediano, y fueron los ladridos de su fiel compañero de cuatro patas los que, al, presuntamente, importunar a un vecino, firmaron su condena de muerte. H