Laura tuvo su primer móvil nada más acabar sexto de Primaria. Sus padres se resistían a comprarlo, pero como era la única desconectada de la pandilla acabaron por agachar la cabeza. «Ahora nos arrepentimos», cuentan los progenitores, una pareja de Castellón. La joven empezó el instituto, cambió de horario, de amistades y también de carácter. La Laura buena estudiante se convirtió en cuestión de meses en una Laura obsesionada por el teléfono. No había vida más allá. Pasaba horas y horas enganchada al Whatsapp y a redes sociales como Facebook y Twitter. Hasta que llegaron las notas del primer trimestre. Seis suspensos. Se acabó el móvil.

Lo que ocurrió hace dos meses en casa de Laura es más común de lo que imaginamos. Y lo es porque los adolescentes viven pegados al móvil. Es una extensión de sus manos, les conecta con el mundo y les hace sentirse integrados. Están enganchados al teléfono y, en algunos casos, y ahí esta la novedad, esa dependencia ha derivado en adicción. Un estudio sobre conductas patológicas en internet, de la oenegé Protégeles, concluye que el 21,3% de los adolescentes de entre 14 y 17 años está en riesgo de convertirse en adicto a las nuevas tecnologías. Y eso significa que en Castellón 4.806 menores se encuentran en ese peligro. Casi 400 de ellos ya han pasado la barrera. No controlan su conducta.

Quienes en Castellón llevan años dedicándose a la psicología aseguran que uno de los temas que más preocupa a las familias con hijos adolescentes tiene que ver directamente con las nuevas tecnologías. «La preocupación existe, y cada vez más. Muchos padres y madres nos piden ayuda porque no saben cómo actuar y qué hacer para que sus hijos hagan un uso responsable de teléfonos móviles y redes sociales», apunta Karina García, psicóloga del centro Neuroactiva’t de la capital, que en los últimos años ha impartido charlas para padres.

Hay preocupación y en centros como Proyecto Amigó de Castellón han tratado ya algún caso de jóvenes enganchados a las nuevas tecnologías. «Suelen ser jóvenes que viven permanentemente conectados, que ni siquiera dejan el móvil o las redes sociales para comer en familia», describe Isabel Vilimelis, su directora, quien añade que esos abusos, por lo general, van acompañados de malos resultados académicos.

Uno de cada cinco adolescentes de Castellón sufre el riesgo de convertirse en adicto, pero la realidad es que muy pocos escapan a la movilmanía. En Castellón se contabilizan casi 424.000 líneas de teléfono móvil. El 30% de los menores de 10 años ya dispone de un teléfono inteligente, y entre los de 10 y 12 años, la implantación sube al 70% y se dispara al 90% en los de 14 años, según los últimos datos del INE.

DEL ABUSO A LA ADICCIÓN // Pero, ¿existe realmente la adicción a las nuevas tecnologías? ¿Dónde está el límite de un uso abusivo y una patología?... Dudas de padres para las que la ciencia trata de dar respuestas, casi siempre a un ritmo más lento que el de la realidad. «Hablamos de adicción cuando la actividad genera dependencia e interfiere negativamente en nuestra vida cotidiana», argumentan Alberto Arévalo y Lidón Arnau, psicólogos clínicos de Som Teràpia, con centros en Castellón y Benicarló. «Una persona enganchada a las nuevas tecnologías dedica muchas horas a su smartphone o su ordenador, hasta el punto de privarse de horas de sueño y dejar de lado otras actividades. Además, se muestran irritados cuando no pueden acceder a estos dispositivos. Y los más vulnerables son los adolescentes», dicen los psicólogos.

Mariano Chóliz, profesor de la Universitat de València y director de la unidad de investigación Juego y Adicciones Tecnológicas, es uno de los que más ha estudiado el binomio adolescente-smartphone. «El uso desmedido, inapropiado o excesivo del teléfono puede acarrear problemas tanto de interacción con los padres como en otras dimensiones», explica. Chóliz sostiene que hay un factor determinante: resulta clave el tutelaje de los padres.