“Hemos pasado de servir vino a no parar de poner tilas”. Bullas era ayer un pueblo roto por el dolor. Apenas había tránsito en las calles, los colegios y la mayor parte de los comercios permanecían cerrados, y los parroquianos de uno de los bares de la población -los que ayer sobre todo pedían tilas, según el relato de su compungido propietario- repetían la misma frase: “Es una desgracia”.

Entre apenas 12.000 vecinos, las 14 víctimas mortales del accidente de autocar -al igual que la cuarentena de heridos- eran conocidas prácticamente por todos, lo que multiplicó las muestras de dolor. La mayoría de los fallecidos, diez, eran mujeres, como lo eran también la mayor parte de los 55 ocupantes del autobús, en el que viajaban sobre todo amas de casa, de una media de 50 años, de origen humilde y asiduas a la parroquia, que cada año realizaban la misma peregrinación para venerar a la madre Maravillas en el Cerro de Los Ángeles, en el municipio madrileño de Getafe.

Faltaban varias horas para que diera comienzo el funeral y los vecinos ya se agolpaban en el polideportivo Juan Valera, que se había convertido en punto de encuentro y duelo de todo el pueblo. Allí llegaron, acompañados por familiares y amigos, los féretros de 13 de los 14 fallecidos, ya que el funeral del párroco fallecido, Miguel Conesa, se celebró en Espinardo, su localidad natal, por deseo de sus padres.

RECINTO ABARROTADO // Más de un millar de personas, la mitad de los congregados, no pudieron acceder al interior del recinto, completamente abarrotado. Entre los que se quedaron en la calle estaba Ana María Álvarez, una de las heridas en el accidente, y que permaneció hospitalizada unas horas antes de ser dada de alta. “Es comerciante y jamás en la vida ha dejado de trabajar ni un solo día, pero una amiga la convenció para ir a ver a la santa Maravillas”, relató su marido.

En medio de un silencio sobrecogedor, los reyes Felipe y Letizia, que presidieron el funeral, abrazaron a las familias de los fallecidos. El obispo José Manuel Lorca Planes y 30 sacerdotes oficiaron la misa, en la que se leyó un mensaje del papa Francisco en el que se declaraba apenado por la tragedia y expresaba su “cercanía espiritual” a los afectados.

Varias personas, rotas por el dolor, tuvieron que ser asistidas en el acto religioso. Posteriormente, en el cementerio se repitieron las escenas de dolor y momentos dramáticos, como el que protagonizó una madre que había perdido a su hija y no encontraba consuelo. “Somos víctimas. De la cárcel se sale, pero del cementerio no sale nadie”, gritaba. H