En poco más de un lustro la manera en la que nos comunicamos ha cambiado radicalmente, para bien y para mal. Apenas seis años después de que Steve Jobs presentara el iPhone y diera pie con ello a la popularización del smartphone, basta con una sencilla mirada (en la parada del bus, en la terraza de una cafetería, en una oficina, en un concierto, en un partido de fútbol...) para comprobar que el éxito ha sido total, incluso abrumador. Aunque más allá de lo visible, solo el sentido común nos habla de los efectos indeseables del uso inconveniente del móvil y de las redes sociales. Porque no hay todavía estudios que hablen sobre esos efectos. Sí hay preocupación por evitar que los adolescentes se conviertan en adictos, porque salvo casos flagrantes, el abuso de los adultos se considera tolerable.

En una provincia con 389.689 líneas de teléfono móvil (entre 2008 y 2012 Castellón ganó nada menos que 82.000 líneas de telefonía móvil, a una media de 20.500 al año) y en la que la penetración de los llamados teléfonos inteligentes ya supera el 65%, lo que empieza a preocupar a los expertos son las consecuencias de un uso abusivo de las nuevas tecnologías. Porque el móvil, internet y las redes sociales de por sí no son malas. El problema es que tienen un lado oscuro. “Al potencial de aprovechamiento que supone para la información, la educación, el entretenimiento y la cultura hay que sumar los riesgos que se derivan de su inadecuado uso y de su abuso”, explica María Luisa Cuerda, catedrática de Derecho Penal de la Universitat Jaume I de Castellón.

Los pocos datos que existen revelan que en Castellón siete de cada diez menores de entre 10 y 15 años disponen de teléfono móvil. Hasta aquí todo dentro de la normalidad. La otra cara es que la popularización de los smartphones y la frecuencia con la que los menores acceden a internet han provocado que términos como el ciberacoso, el ciberbullying o el grooming formen ya parte de nuestro vocabulario y que los primeros casos de acoso en la red empiecen a llegar a los tribunales. Un ejemplo. En los dos últimos años, la Fiscalía de menores de Castellón ha investigado seis casos de acoso por telecomunicaciones a menores de 13 años. “Se trata de conductas que no son modalidades delictivas que tengan su origen en las nuevas tecnologías, si bien el hecho de servirse de ese cauce comisivo las dota de unos perfiles singulares que son las que permiten calificarlas como nuevas modalidades de criminalidad. Lo que sí es cierto es que el escenario en el que se producen favorece exponencialmente esas actitudes y, correlativamente, la posibilidad de ser víctimas de tales conductas”, argumenta María Luisa Cuerda.

LA ‘MOVILDEPENDENCIA’ // Más allá de las nuevas amenazas, lo que preocupa a muchos padres son las consecuencias del abuso de las nuevas tecnologías. O lo que es lo mismo, la móvil dependencia, el vivir permanentemente pendiente del Whatsapp o pasarse horas y horas conectado a las redes sociales. Montserrat y Fina Flores, del gabinete de psicología Flores de Castellón, lo definen así: “Nuestros hijos se quedan sin móvil y se sienten como si no son nadie. Hay que hacerles entender que nosotros toda la vida hemos hecho amigos, sin usar las nuevas tecnologías, y que no nos ha pasado absolutamente nada”.

La frontera entre el uso patológico y el que no lo es está marcada por síntomas como la ansiedad o la dedicación totalmente excesiva. “Si el tiempo que se invierte es totalmente abusivo, el uso de las nuevas tecnologías va camino de convertirse en una adicción. También el hecho de que se reaccione de forma angustiosa cuando el móvil no tiene batería o no hay posibilidad de acceder a las redes sociales”, explican Montserrat y Fina Flores.

Ante una situación de adicción a las nuevas tecnologías, muchas veces los padres no saben cómo reaccionar y se mueven entre un mar de dudas. “La recomendación general es que observen a sus hijos y que les hagan ser conscientes de que esa herramienta ya no resulta constructiva. También pueden acudir a un psicólogo para que les oriente y evitar así que el problema vaya a más”, insisten las dos psicólogas. H