El ejercicio físico con continuidad, algo en apariencia anodino, es extremadamente relevante para la salud. La afirmación, con una validez vigente desde hace años, se torna cada vez más incontestable con los últimos estudios. Entre ellos, los que desarrolla la red de investigadores «In motu salus», que aglutina a decenas de expertos de diversas universidades españolas, entre ellas la Universidad de Oviedo.

Como ejemplo, la actividad física refuerza las defensas del cuerpo y potencia la capacidad de inmunización de las vacunas, de rabiosa actualidad por la aplicación en curso de la vacuna del covid-19. «Si uno se entrena esos días, mejora la inmunidad. Es un poco especulativo, porque los estudios se han hecho con animales, unos entrenados y otros no, pero los entrenados sobreviven más», apunta Benjamín Fernández, profesor de Medicina de la Universidad de Oviedo, especialista en Medicina del Deporte y coordinador de la red. Y hay más.

La respuesta a la vacunación se incrementa más con los ejercicios de fuerza que con los de resistencia. Esta es solamente una de las conclusiones de las múltiples líneas de investigación abiertas por los departamentos universitarios, que periódicamente se pondrán en común. Algo difícil en tiempo de pandemia pues, como explica Fernández, «este año solamente hemos podido reunirnos telemáticamente, y no es lo mismo una reunión de una hora que una tarde juntos en un laboratorio, donde van surgiendo cosas y vas elaborando planes. Pero esto es lo que hay. Cada uno tiene un poco de camino, pero se mira qué se puede hacer en común».

La presentación de la red, que no es otra cosa que la oficialización, por parte del Consejo Superior de Deportes (CSD), de unos grupos de trabajo que ya solían colaborar entre ellos, se produjo en el contexto de la pandemia. Así que es obligado vincular los beneficios del ejercicio al grave problema de salud ahora planteado. Benjamín Fernández explica que «el ejercicio es autorregulador». Y añade: «Si estamos hablando de que el virus provoca inflamaciones, la actividad física aumenta la inflamación mientras se está llevando a cabo, pero después ayuda a bajarla».

No cerremos los parques. Habrá que tomar medidas, pero no el cierre

Así pues, se ha demostrado que el ejercicio es uno de los pilares de la salud en la sociedad actual, junto a la buena alimentación, el estilo de vida y la ausencia de hábitos tóxicos. Partiendo de esta base, el experto pone en cuestión los beneficios de un confinamiento domiciliario tan estricto como el que vivimos la pasada primavera: «La prioridad es el control de la epidemia, pero no podemos tener a la población sedentaria en casa, comiendo de más y sin moverse. Eso a largo plazo se traducirá en obesidad, diabetes, etcétera. El efecto se podrá ver dentro de cinco o diez años. La supervivencia se relaciona con la actividad física. Por tanto, no cerremos los parques. Habrá que tomar medidas, pero no el cierre. Además, es un problema ético: ¿privaríamos a un enfermo de un medicamento? Entonces, si el ejercicio es salud, ¿podemos privar de él a la población?».

Sobre el tipo de ejercicio más recomendable, no hay una verdad absoluta, sino varios modelos. Y las viejas creencias están siendo cuestionadas. Se tendía a pensar que, en general, era mejor la actividad física moderada que la más intensa, pero no es así. «No se trata de estar permanentemente con la lengua fuera, pero estudios epidemiológicos recientes demuestran que las personas que realizan ejercicio con más intensidad sufren menos riesgo de enfermar», revela Benjamín Fernández.

La guía 2020 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre actividad física y sedentarismo subraya que «toda actividad física cuenta», invitando a plantearse la recomendación en cosas cotidianas como los desplazamientos o el uso de escaleras. Y establece para los adultos de 18 a 64 años una recomendación de entre 150 y 300 minutos a la semana de ejercicio moderado, o entre 75 y 150 de ejercicio intenso, además de dos días de trabajos de fuerza. En niños y adolescentes, la guía recomienda una actividad de al menos 60 minutos al día y ejercicios que incrementen la fuerza de los músculos y de los huesos«. Para las embarazadas, deporte moderado de 150 minutos a la semana durante la gestación y en el posparto, combinado con ejercicios de fuerza y estiramientos. En el caso de los mayores de 65 años, la OMS se refiere a un «ejercicio multicomponente» centrado en el balance corporal y en la fuerza: tres días de actividad de intensidad moderada a alta.

Lo bueno es que haya una alternancia, mejor a diario que los fines de semana, que haya estímulo y recuperación, y no hacer siempre lo mismo

«Hay muchos modelos de entrenamiento, los de todos los días, los de fin de semana… Eso también vale. Cada uno tiene que construir cómo tener adherencia y continuidad. Lo bueno es que haya una alternancia, mejor a diario que los fines de semana, que haya estímulo y recuperación, y no hacer siempre lo mismo», apunta Benjamín Fernández.

Pese a todas las investigaciones que se realizan en este campo, todavía hay mucho que descubrir. Entre otras cosas, el límite superior del ejercicio saludable: «No sabemos los niveles máximos a partir de los cuales no aporta o puede no ser tan bueno», admite el especialista. En cualquier caso, el campo de estudio es apasionante por la cantidad de beneficios que puede arrojar. Fernández aclara que «un medicamento hay que estudiarlo, precisa de un ensayo clínico; el ejercicio no es algo exógeno, está probado, y puede dar pistas para ver cómo fisiológicamente se puede modular una respuesta saludable, y después hacer medicamentos miméticos».

Uno de sus campos de estudio es la vinculación de microRNA y ejercicio físico con la modulación de los genes

El equipo de la Universidad de Oviedo, además de Benjamín Fernández, está formado por Eduardo Iglesias y Cristina Tomás, a los que suman colaboraciones de la propia Universidad de Oviedo y de otros ámbitos. Uno de sus campos de estudio es la vinculación de microRNA y ejercicio físico con la modulación de los genes. Los microRNA, explica el médico, son moléculas que actúan como reguladoras, como atenuantes de los genes. El músculo, ante el ejercicio, produce un RNA que actúa en otra parte del cuerpo, y se estudian esos efectos para que en un futuro se pueda confeccionar un medicamento que los pueda emular.

«Hace años, cuando se publicó el genoma, se decía: ‘estoy marcado genéticamente y esto es lo que hay. Si mis genes dicen que voy a sufrir un infarto no hay nada que hacer. Pues sí, se puede hacer mucho: con la vida saludable y con el deporte puedo atenuar esa predisposición genética», razona Fernández.

Otra de las líneas de investigación marcadas por el equipo de trabajo asturiano es sobre la microbiota intestinal, los microorganismos que habitan en nuestro aparato digestivo, y qué cambios se producen durante el ejercicio físico intenso. Un estudio que desarrollan en colaboración con Felipe Lombó, profesor de Microbiología de la Universidad de Oviedo, y para la que requieren también la aportación de Alejandro Margolles, del Instituto de Productos Lácteos (IPLA). El trabajo de campo, tan apasionante como complicado de llevar a cabo, consistió en la recogida de muestras de corredores de dos equipos durante la Vuelta a España. Todavía es pronto para sacar conclusiones.

La tercera pata investigadora está relacionada con el probado efecto del deporte en el retraso del deterioro cognitivo, apoyada en el neurólogo Manuel Menéndez y en el equipo de neurogénesis del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), liderado por José Luis Trejo. El trabajo es continuo y queda mucho por investigar, pero el reto, destacan los expertos, es apasionante y sus conclusiones pueden ser enormemente productivos. «El deporte ayuda a prevenir y a tratar 26 enfermedades crónicas, a ver qué medicamento es capaz de hacer eso», reflexiona Benjamín Fernández.