La incontinencia urinaria es un problema muy importante de salud en nuestro entorno. No sólo por la gran cantidad de personas afectadas, sino por el grave deterioro en la calidad de vida de la persona que la padece.

El número de afectados aumenta considerablemente con la edad, y eso hace que sea especialmente significativo en una población envejecida como la nuestra. Tal es la dimensión del problema que se ha creado un Observatorio Nacional para la Incontinencia (ONI), impulsado por un grupo de expertos, que cifra el número de incontinentes en España en torno seis millones de personas, en mucha mayor proporción en las mujeres.

Quienes sufren pérdidas involuntarias de orina con frecuencia presentan molestias físicas (dermatitis y problemas de higiene) y vergüenza, manifiestan rechazo hacia su situación y, a su vez, se sienten rechazadas socialmente. Todo ello ocasiona un grave deterioro en las relaciones sociales y de pareja con tendencia al aislamiento, además de la modificación en sus hábitos y conductas. Muchas mujeres dejan de practicar deporte, evitan las relaciones de pareja, pierden horas laborales y están siempre a la búsqueda de un baño cercano o un sitio en que el que cambiarse de ropa. Esta enfermedad afecta, por tanto, a aspectos de la vida diaria tan básicos como el descanso, la vida familiar, la actividad laboral y el ocio.

La pérdida de orina es un síntoma producido por el deterioro de uno o más de los sistemas de control de la orina. Existen muchos tipos de incontinencia y no en todos conocemos bien la causa. Nos centraremos en la incontinencia de esfuerzo, aquella que se produce durante la tos o el estornudo, en los casos leves, y al caminar, bajar escaleras o levantarse, en casos graves. Este tipo de incontinencia, que afecta fundamentalmente a mujeres jóvenes, se debe a un fallo «mecánico» en el aparato urinario, bien por un defecto en la sujeción de la uretra o por defecto en el mecanismo de cierre de la misma.

El desencadenante de la pérdida muchas veces es un parto precipitado, el aumento de peso, el inicio de la menopausia o el tratamiento radical de los tumores ginecológicos. Estas mujeres jóvenes, que tienen una vida laboral, sexual y de ocio activa, reclaman al profesional sanitario un tratamiento eficaz, seguro y duradero.

Tratamientos

En los casos menos graves de pérdida de orina con el esfuerzo, el tratamiento inicial es la fisioterapia del suelo pélvico, mediante ejercicios que ayuden a recuperar el tono muscular perdido y a tomar conciencia a la mujer de los mecanismos involuntarios implicados en la continencia. En los casos más graves, o en aquellos en los que el tratamiento rehabilitador no ha sido efectivo, la curación se aborda mediante técnicas quirúrgicas que reparen el «fallo mecánico» del aparato urinario. La terapia más eficaz, desde su descripción en 1995, es la colocación de una banda sintética o cabestrillo suburetral sin tensión (conocida como TVT o TOT), que comprime la uretra durante el reposo, y más aún durante el esfuerzo, impidiendo los escapes de orina.

A pesar de su durabilidad y de su elevada eficacia, que llega al 90 por ciento en casos seleccionados, su seguridad ha sido polémica en estos últimos años por dos motivos: 1) La confusión con las mallas vaginales usadas para otros problemas ginecológicos; y 2) Al pequeño porcentaje de complicaciones en la técnica, algunas veces debido a la inexperiencia del cirujano y otras a las comorbilidades de la paciente (radioterapia, obesidad…), difícilmente asumibles en una cirugía de calidad de vida. Esto ha llevado a que en algunos países, como Reino Unido, se haya restringido su utilización a equipos con amplia experiencia y a la búsqueda o «reencuentro» con otras técnicas quirúrgicas más seguras.

Inyecciones periuretrales

Una de estas «terapias reencontradas» son las inyecciones periuretrales que colapsan parcialmente la uretra, mediante la formación de varios habones (bultos), e impiden el escape de orina. En este momento existen varias sustancias y técnicas comercializadas para este procedimiento, las cuales tienen en común la posibilidad de su colocación con anestesia local, sin necesidad de quirófano ni ingreso, y la baja tasa de complicaciones. Aunque su eficacia el control de la continencia en este momento se considera inferior a la de los cabestrillos (60-70 por ciento) y no conocemos la eficacia a largo plazo, su seguridad, facilidad de colocación, así como la posibilidad de usar sólo anestesio local en forma de gel, hacen que muchas mujeres escojan esta opción como tratamiento de su incontinencia.

La sencillez e inocuidad de esta técnica nos permite tratar a mujeres a las que anteriormente no teníamos nada que ofrecerles, como pacientes incontinentes que no son candidatas a entrar en un quirófano por problemas graves de salud o aquellas que no desean volver a intervenirse por haber sufrido recientemente un tumor. Además, la situación en este último año de los hospitales debido a la pandemia de covid-19, con bloqueo del acceso al quirófano para estas cirugías de calidad de vida, ha favorecido la instauración y crecimiento de estos procedimientos que no precisan ingreso hospitalario ni la presencia de un anestesista.

Nuestro papel como profesionales sanitarios consiste en informar a las mujeres de las opciones terapéuticas disponibles, eficacia y posibles complicaciones de las mismas, para que sean ellas las que escojan la opción mas apropiada en su caso. Siempre dejando una puerta abierta a otras opciones. Ningún procedimiento excluye al otro, lo cual quiere decir que a aquellas pacientes en las que no ha funcionado el cabestrillo puede colocárseles un inyectable periuretral, y a la inversa.