Acababa de iniciarse el año 1714 cuando el Papa Clemente XI organizó una enorme procesión hacia la basílica de San Pedro.

Decenas de miles de fieles asistieron a su llamamiento. Mientras imploraban a Dios que se apiadase de ellos el Papa exclamo: «El Señor nos ha dado la espalda».

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Un virus de animales acabó con la vida de millones de personas

Por toda Italia vacas y ovejas morían a miles. Llevaban meses haciéndolo.

Poco después la mortandad del ganado se extendió por el sur de Francia y terminó llegando a España.

Pero la verdadera catástrofe es que no había leche, ni carne.

Y además no había bueyes para labrar los campos y no se pudo sembrar el cereal.

Una enorme hambruna mató a cientos de miles de personas (probablemente millones) en el sur de Europa.

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La peste bovina, extremadamente contagiosa y letal

La razón de semejante catástrofe era un Morbilivirus de la familia Paramyxoviridae, el virus que produce la peste bovina.

Es un virus extremadamente contagioso y de una elevada letalidad, lo que hizo que la epidemia se extendiese con rapidez acabando con la práctica totalidad del ganado en las regiones afectadas.

Normalmente los brotes de peste bovina duraban varios años seguidos produciendo hambrunas catastróficas.

Remitían cuando la densidad de rumiantes domésticos y salvajes en la región era tan baja que el contagio se volvía extremadamente improbable.

El Papa Clemente XI lo sabía.

Pero era de los que pensaba que «a Dios rogando y con el mazo dando».

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Un médico con plenos poderes

Así que encargó a Giovani Maria Lancisi, su médico personal, que acabase con la pandemia.

Y Lancisi exigió disponer de plenos poderes.

Contando con el favor papal, la estrategia de Lancisi se basó en el principio de que

«Es mejor matar a todos los animales enfermos y sospechosos, en lugar de permitir que la enfermedad se propague».

Lancisi estaba totalmente convencido de que el rápido sacrificio de los animales sospechosos era la clave para evitar la extensión de la epidemia.

Así que promulgó una rigurosa normativa que obligaba al sacrificio de todos los animales enfermos y de aquellos que habían estado en contacto con ellos.

Prohibió todos los movimientos de ganado y de animales domésticos como los perros.

Obligó a enterrar los cadáveres en cal viva y a «no aprovechar nada de éstos: ni piel, ni carne».

Quienes no cumpliesen con esa norma lo pagarían con la muerte, excepto que fuesen eclesiásticos, en cuyo caso «solo» sufrirían el castigo de remar en galeras a perpetuidad.

Se cumplieron estrictamente sus órdenes

La norma de Lancisi se cumplió estrictamente. Sin excepciones de ninguna clase.

Con unas medidas tan radicales, en pocos meses la epidemia terminó.

Pero Lancisi insistió en que sus rigurosas medidas se mantuviesen durante un total de 9 meses.

Quería estar seguro de que no se producirían rebrotes.

Después de los 9 meses la jerarquía eclesiástica organizó una compra masiva de bueyes. Y poco a poco el ganado volvió.

Tras su experiencia, Giovani Maria Lancisi escribió un libro, «De bovilla peste», que se convertiría en un clásico definiendo medidas de control para evitar la propagación de las enfermedades infecciosas.

Las ideas de Lancisi habrían funcionado contra el SARS-CoV-2

Las medidas clásicas para luchar contra las pandemias (distanciamiento, aislamiento, cuarentenas y restricciones de movilidad) funcionan excelentemente bien.

Y cuando se aplican con rigor sirven para controlar las epidemias.

Durante el siglo XIX, a instancias de Austria se desarrollaron conferencias internacionales para aplicar estas medidas frente a las epidemias.

Se llegó al compromiso de alertar a los países vecinos de la presencia de brotes epidémicos para evitar la movilidad de animales en las áreas afectadas.

Gracias a esto hoy en día existen una serie de enfermedades cuya declaración es obligatoria para la prevención de epidemias.

Sin ninguna duda estas medidas clásicas hubiesen podido extinguir el coronavirus SARS-CoV-2 en la primera ola.

Con restricciones y control de los viajes, al SARS-CoV-2 le hubiese sido muy difícil expandirse por el mundo.

Pero para que estas medidas funcionen hay que cumplirlas rigurosamente y no relajarlas apenas empiezan a bajar las cifras de contagio.

Guerra biológica y lucha contra la peste bovina

La Segunda Guerra Mundial resultó clave en la lucha contra la peste bovina.

Conocedores de la importancia del ganado vacuno en la dieta de los norteamericanos, los japoneses desarrollaron un programa de guerra biológica contra Estados Unidos basado en el Paramyxoviridae de la peste bobina.

Se encargó a un veterinario, el Profesor Noboru Kuba que produjese grandes cantidades de virus de la peste bobina.

Tuvo éxito y consiguió algo más de 50 gramos de virus puros.

Entonces el proyecto llegó a la célebre Unidad 731 de guerra biológica, que logró producir 20 toneladas de polvo viral infectivo.

Los americanos respondieron desarrollando una vacuna contra la peste bovina.

Para ello utilizaron Paramyxoviridae atenuados cultivándolos en huevos embrionados de pollo.

Produjeron millones de vacunas y extinguieron en su territorio al virus de la peste bovina.

El mundo comenzó a hacer vacunas

Uno de los primeros objetivos de Mao Zedong tras hacerse con el poder en China fue desarrollar su propia vacuna contra el virus de la peste bovina.

Los científicos chinos consiguieron una vacuna atenuada infectando conejos con el Paramyxoviridae.

Se le llamó vacuna lapinizada y resultó tan eficaz que en 1955 notificaron su último caso.

En Asia se acabó con la peste bovina en el año 1957.

En los años 60 un veterinario británico, Walter Plouwright, consiguió una nueva vacuna TCRV (Tissue Culture Rinderpest Vaccine) empleando cultivos celulares de riñón de vaca.

Ya no hacía falta emplear animales para producir vacunas.

Poco después el veterinario norteamericano Jeffrey C. Mariner consiguió una vacuna que no necesitaba ser refrigerada, cultivando Paramyxoviridae atenuados en una línea celular de mono.

Esto permitió controlar la enfermedad en África.

En 2011 se dio por erradicada la peste bovina

El uso masivo de estas vacunas en el ganado permitió que, el 25 de mayo del 2011, la Organización Internacional de la Epizootias (OIE) (el equivalente a la OMS para la veterinaria), declarase

“Totalmente erradicada del planeta una enfermedad infecciosa que no solo mató a millones de animales, sino que también acabó con la vida de millones de seres humanos”.

Una mutación dio lugar al sarampión

Extinguir al virus de la peste bobina fue muy importante porque, además de su efecto catastrófico, varios siglos atrás una variante de este virus bobino sufrió una serie de mutaciones que le permitió dar el salto a los seres humanos.

Originó una enfermedad terrible que mató a decenas de millones de niños en el mundo: el sarampión.

En los países avanzados, 1 de cada 5 niños que se contagiaban del sarampión terminaba hospitalizado (una tasa muchísimo mayor que la de la Covid-19).

El sarampión grave cursa con neumonía y suele dejar daños cerebrales permanentes. También produce sordera.

Durante el presente siglo, alrededor de 150.000 niños mueren de sarampión en todo el mundo.

Sin embargo, la tendencia es a aumentar.

Tanto que durante el año 2019 su incidencia en la población infantil se incrementó en algo más de un 50%.

Y eso que, aunque resulte sorprendente, en 1963 se consiguió una vacuna eficaz, segura y barata contra el sarampión.

Dos dosis de la vacuna tienen una eficacia mayor del 97%.

El sarampión también pudo haberse extinguido fácilmente.

De hecho faltó poco.

Pero hubo un factor esencial que la ciencia fue incapaz de prevenir y que permitió rebrotar a la enfermedad: el auge de los antivacunas.

Las decenas de miles de niños que mueren al año por sarampión son fácilmente evitables.

Solo es necesario que sus padres permitan que los vacunen.

(Continuará)