Cinco años del primer feminicidio del estado de alarma
El 20 de marzo del 2020, cuando toda España estaba pendiente del covid-19, se cometió en Almassora el primer crimen machista del confinamiento. Un vecino degolló a su mujer, estando sus hijos en el domicilio

Levantamiento del cuerpo sin vida de la mujer asesinada. / GABRIEL UTIEL
Cuando en España todo sonaba a coronavirus y términos como contagio, mascarilla o infectado copaban todos los informativos del país, la lacra de la violencia machista golpeó de nuevo con fuerza para recordarnos a todos los ciudadanos que no entiende ni de pandemias mundiales. Mientras todos nos preocupábamos por no contraer la nueva enfermedad, otra, la de la violencia de género, segaba una nueva vida, la de la joven Carina, en Almassora. El asesinato, del que acaban de cumplirse cinco años, se convirtió en el primer crimen del estado de alarma en España.
Dos años después la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Castellón condenaría a 23 años de prisión por un delito de asesinato al autor, con las agravantes de género y parentesco y la atenuante de confesión. El feminicida mató a su mujer el 19 de marzo (un día antes de que el cuerpo fuera hallado), tras golpearla, estrangularla y degollarla, en la vivienda en la que ambos residían junto a sus dos hijos menores, que tenían siete y once años.
Los hechos ocurrieron durante la noche de ese 19 de marzo, cuando el condenado y su víctima, que tenía tan solo 26 años y había manifestado su intención de finalizar el matrimonio, comenzaron a discutir en el salón de la casa.
Según declaró probado la resolución judicial avanzada por este diario en su día, el hombre, que consideraba que la mujer le pertenecía y debía estar sometida a él, comenzó a darle puñetazos en la cabeza hasta que la dejó semiinconsciente en el suelo.
Este último golpe fue tan fuerte que los niños salieron de sus habitaciones y vieron a su madre tendida en el suelo, momento en que el progenitor les dijo que volvieran a sus dormitorios.
Delante de uno de los niños
Después, y todavía en presencia de uno de los hijos, la arrastró hasta la cocina, donde le clavó en el pecho en hasta cinco ocasiones un cuchillo de 20 centímetros de longitud de hoja. Posteriormente, la intentó estrangular con unas telas que le anudó en el cuello y también mediante sofocación, al taparle la boca y la nariz con un trapo.
A continuación, le cortó en el pecho y en el abdomen con el cuchillo y, finalmente, la degolló.
Tras cometer el crimen, el condenado abandonó el domicilio con sus dos hijos, con los que pasó la noche antes de dejarlos a cargo de una tía materna, y se entregó después a la Guardia Civil, a cuyos agentes dijo haber cometido «una barbaridad», en sus palabras.
Una muerte lenta
La autopsia determinó, como incidieron los forenses en el juicio con jurado popular celebrado en el 2022, que Carina presentaba tres lesiones mortales de necesidad, dos de ellas que afectaron al corazón y otra que le seccionó la cara anterior del cuello. «Tuvo una muerte relativamente lenta» y hubo «una escalada de agresividad», explicó el doctor.
La sentencia citada sentencia mantenía que el hombre actuó «con la intención de causarle el mayor dolor posible a su esposa antes de morir» y que no quería que ella «hiciera uso de su libertad para emprender una nueva vida sin él o con otra persona». El, por desgracia, clásico entre los asesinos machistas: o mía, o de nadie.
Tal fue la fuerza empleada por el asesino contra su mujer que llegó a romperse la mano. Una lesión compatible con la acción de golpear o dar puñetazos.
La Audiencia lo condenó a 23 años de prisión y a la privación de la patria potestad.
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