Un verano azul, pero bajo el cielo de la montaña de Castellón. Las conversaciones a la fresca, los baños en el río, los paseos en bici sin temor al tráfico, excursiones por la montaña a un paso de casa, tranquilidad, máximo relax y naturaleza. Los rituales de la vida en el pueblo, cada vez más valorados, más si cabe tras la experiencia que nos ha traído la pandemia, han llevado a muchos a tomar la decisión de comprarse una vivienda para pasar los veranos en el interior de Castellón y disfrutar de la vida al aire libre.

Una segunda residencia donde huir del bullicio de la costa en la época estival y disfrutar de esas viviendas espaciosas, y abiertas a la calle, en fines de semana o vacaciones, ya sea en agosto o en fin de año. Es un fenómeno que constatan alcaldes y alcaldesas y que detectan agentes inmobiliarios de la provincia. Una tendencia en boga y al alza al calor de los bajos precios de este tipo de inmuebles --aunque con la letra pequeña de que en algunos casos sí necesitan una posterior inversión para acometer una reforma--. 

El escaso tráfico permite exprimir la vida en plena calle. Los vecinos son como una gran familia. Las tardes de tertulia y los juegos al aire libre, en un entorno tranquilo y alejado del bullicio de las ciudades, es algo habitual en cualquier pueblo. Mediterráneo

Desde la oficina de la inmobiliaria de la capital de la Plana Área Vivendi, Juan Carlos Rodríguez constata «las consultas de gente que nos viene a preguntar por ofertas de casas en pueblos del interior de la provincia, como segunda vivienda. En Forcall, la Todolella, etc. buscan tener una vía de escape en la montaña, y es algo que se ha notado más a raíz de la crisis del coronavirus. Tanto por economía, en cuanto a buenos precios, como por el contacto con la naturaleza que ofrecen. Unifamiliares, con varias plantas y un precio del m2 más económico que en la ciudad o las zonas turísticas de la costa supone un incentivo».

Para este profesional, este tipo de demanda de vivienda vacacional se busca «para escaparse los fines de semana. Comprar una casa en un pueblo es algo que no estaba en sus planes, pero teniendo niños pequeños y ante el panorama de la pandemia, se han decidido. Y tienen esa opción para salir de la rutina».

De València a Morella: Orígenes familiares

Menchu es un ejemplo. Llegó a la capital de Els Ports de la mano de sus padres. Su progenitor fue destinado como médico, por lo que la familia se instaló en Morella cuando ella apenas era una niña. Desde entonces, tanto ella como sus hermanas crecieron en la ciudad amurallada, siendo ya unas vecinas más. El tiempo transcurrió, las hermanas fueron teniendo familia y la casa de los progenitores se quedó pequeña para albergar a todos.

Menchu y Rubén, de València a Morella. Javier Ortí

Actualmente, Menchu y su marido, Rubén, residen junto a sus hijos en València, pero no han roto sus lazos con su pueblo, hasta el punto de que es su principal vía de escape a la mínima que tienen libre en el trabajo. Con todo y ante la multiplicación de la prole, decidieron comprar una segunda residencia. «Subimos todos los fines de semana que podemos y, por supuesto, en verano», explica. Además, sus hijos tienen también su grupo de amigos. Las quintas, ese grupo heterogéneo que reúne a todos los nacidos en un mismo año y que durante el verano les convierte en una segunda familia. «Los chicos aquí disfrutan, se van con los amigos y tienen más independencia. Pasan veranos que recordarán para siempre. Ellos son felices y nosotros, de verlos disfrutar como en su día lo hicimos nosotros hace años, también», subraya. Informa: Javier Ortí.

De Paterna a Villanueva de Viver: «Me cambia el chip»

Otro caso es el de Nicolás, que ha encontrado su refugio en el Alto Palancia. Es de Paterna (Valencia), donde tiene una tienda de informática, pero se ha comprado una casa para pasar los ratos de ocio y desconectar en Villanueva de Viver, y con él, prácticamente media familia y amistades. ¿Cómo se decidieron a dar este paso? «Tengo un hermano que se compró una casa hace un par de años allí, en Villanueva de Viver, entonces, subí varias veces a comer y a pasar el día. Y acabó gustándome. Fui con unos amigos y al final tres de la pandilla nos hemos comprado casa. Nos gustó y los precios no estaban mal», relata Nicolás. Y además, todos, puerta con puerta, en la misma calle, una al lado de la otra. «Somos todos de Paterna, pero uno de ellos incluso se ha quedado a vivir de manera permanente en el pueblo», cita.

Nicolás, amigos y familia. De Paterna a Villanueva de Viver. Mediterráneo

En su caso, antes, tenía una casita de madera en un cámping por la zona litoral de Canet (Valencia) «y lo que he hecho ha sido pues, eso, he cambiado la playa por la montaña, más tranquilo, para pasar los fines de semana. Además, allí estaba solo, y en el pueblo estoy con familia y amigos. Me lo paso mejor». ¿Y por qué eligió de entre todos este pueblecito castellonense? «Los suegros de mi hermano tienen casa en Caudiel, cerquita. Y él cada vez que los visitaba fue conociendo los pueblos de alrededor, iba de almuerzos, y le gustó Villanueva de Viver. Y a mí me pasó igual», cuenta. A raíz de esto, tiene otro hermano, «que también ha subido al pueblo, al mismo; y su mujer, mi cuñada, se ha quedado el bar de Villanueva de Viver este mes pasado».

Todo queda en familia. Nicolás compró su vivienda hace unos meses y se quedó allí en Navidades, a pasar la Nochevieja. Este verano será el primero que pase allí. «Como el inmuebles es nuevo, solo he tenido que pintar y amueblar, no ha hecho falta realizar ninguna obra de rehabilitación. De aquí me gusta sobre todo la tranquilidad. Cada vez que vengo es llegar, pasar Barracas y acercarme por la carretera y ya me cambia el chip». Y encuentra la felicidad en cosas sencillas: «Aquí en el pueblo descanso, estoy con amigos, me tomo dos cervezas, echo la siesta y desconecto totalmente. Salgo del estrés de la vida laboral de entre semana». 

De Almassora a Llucena: Una masía alejada 

En otra comarca, la de l’Alcalatén, Alejandro y Cristina, con dos hijos y con residencia habitual en Almassora, se decidieron a comprar una casa en Llucena como segunda vivienda. Alejandro tiene familia allí, su abuela tiene casa, pero buscaban un rincón, dentro del término municipal, pero más alejado del casco urbano. «Hace tiempo que estábamos mirando para encontrar un terreno en una zona que nos gustara y colocar, por ejemplo, una casa de madera, para los fines de semana. Esa era la idea inicial», relata la pareja. «Llucena es muy bonita, pero queríamos algo apartado del pueblo, fuera de lo que es el casco urbano principal del municipio, que estuviera en plena naturaleza para poder estar en contacto con el hábitat de allí», cuenta Alejandro.

Hasta que dieron con el emplazamiento ideal, les costó un poquito. «Pero la encontramos y compramos esta segunda vivienda hace un par de años. Es una masía centenaria, pequeñita, pero teníamos que restaurarla por completo y por eso el proceso ha sido largo. La puesta a punto concluyó hace apenas unos pocos meses», manifiestan.

Cristina y Alejandro, con su familia. De Almassora a Llucena. Mediterráneo

Tomaron la decisión de comprarla antes del confinamiento provocado por la crisis del coronavirus y durante el primer estado de alarma, con las restricciones, no pudieron ir y tampoco estaba arreglada por completo. «La primera vez que empezamos a quedarnos fue durante el diciembre pasado», señala Alejandro. «Nos atrasó mucho el confinamiento, porque íbamos arreglándola de fin de semana en fin de semana. Tuvimos tres meses de parón absoluto para poder repararla por completo», apunta la pareja.

Y desde Almassora, siempre que pueden, se escapan a este paraíso natural. «Nos encanta estar allí, sobre todo nos gusta porque estamos rodeados de naturaleza, y eso para nosotros es lo más importante». En su caso aprovechan al máximo la experiencia. «Vamos todos los fines de semana que podemos, porque tenemos una huerta y ya nos da cosecha, una plantación agrícola a la antigua usanza. Hemos habilitado también un gallinero y queremos colocar gallinas y ocas y demás, para que nos pongan huevos. Tenemos un perro también, etc.», cuentan. Desde el punto de vista de la agricultura, «arreglamos la huerta, plantamos... Pretendemos recuperar el cultivo de las tierras, vivir esa experiencia, puesto que además es algo que se está perdiendo entre la gente más joven». 

Otra ventaja que le ven a tener una casa de vacaciones en Llucena es el sinfín de opciones de excursiones y rutas para descubrir las pozas y bellas vistas del entorno, a un paso prácticamente de su masía. «Cuando vamos estamos inmersos en la naturaleza, rodeados de vegetación, y si nos tenemos que ir a hacer caminatas también vamos campo a través, disfrutando del paisaje», indica.

«Es otro mundo»

«Allí es otro mundo para nosotros, cuando voy me desestreso. Porque estoy con mis plantas, con mi cosecha, con el trabajo de la tierra, y cuando ves que te has esforzado y ves el rendimiento, es muy satisfactorio cuando recoges la cosecha», cuenta Cristina. Toda la familia al completo está deseando tener vacaciones para disfrutar de una estancia más larga este verano, «frente al fin de semana, que pasa rápido».

Consideran que les permite a sus hijos valorar el entorno: «Aunque a veces inicialmente se resisten a venir, en cuanto llegan, lo disfrutan. Para ellos es una maravilla. Aquí ven pájaros, pececitos, escuchan a las ranas. Son cosas curiosas».