Fátima Caballero vivía en Almassora junto a su madre y sus cinco hermanos y sufría el infierno de un hogar marcado por la violencia machista. Esta castellonense, periodista ahora afincada en Madrid, ha querido compartir su difícil historia de vida y ha recordado la noche en la que escaparon de su vivienda tras salir su padre de prisión con un permiso penitenciario. «Mi madre nos dijo que metiéramos cuatro cosas en las mochilas y que nos diéramos prisa. Yo tenía unos cuatro años y mi hermana, que era la más mayor, ocho o nueve», afirma la comunicadora.

«Huimos a pie por la carretera que une Almassora y Castelló. Cada vez que pasaba un coche nos escondíamos entre los arbustos por si era él», recuerda la joven. Al llegar a la capital de la Plana, cogieron un taxi y fueron a una pensión donde estuvieron tres meses. «No teníamos más familia que nos pudiera ayudar. Mi madre se crió en un colegio de monjas y no conoció a la suya hasta los 14 años», explica la periodista.

En casa de Fátima había golpes y en dos ocasiones hubo, incluso, intentos de asesinato. «La apuñaló en el vientre y fue una herida a vida o muerte. Estuvo ingresada seis meses y lo primero que le dijeron fue que nos diera en adopción porque no iba a poder sacarnos adelante», lamenta. 

Su familia no tuvo ni apoyo económico ni psicológico en un momento en el que la violencia de género era todavía una lacra que se sufría en silencio y sin apoyo. «Hace poco le dijeron que podía pedir una pensión de 100 euros por ser víctima de maltrato y ni siquiera la ha conseguido. El caso es anterior a la ley de Violencia de Género, por lo que le dijeron que no se podía aplicar. Además, le confirmaron que habían perdido su expediente», critica.

Fátima considera que las instituciones te apoyan y te juzgan todo el tiempo. «Mi padre, aunque habíamos salido huyendo de él, tenía derecho a saber dónde estábamos por ser el progenitor. Mi madre luchó mucho por tener nuestra custodia y la patria potestad», pone en valor.

Relación con los hijos

Cuando el maltratador quiso recuperar el contacto con el pequeño de sus hijos, un juez le concedió visitas. «Decidió que tenía derecho a vernos, pero sin ninguna responsabilidad. Cuando estábamos con él nos decía que iba a conseguir lo que había intentado en dos ocasiones», relata la joven. El padre, que era adicto al alcohol, se llevaba al pequeño de los hermanos al bar y la madre, como indica Fátima, «seguía teniendo miedo porque eso no se va nunca».

Muerte del padre

El hombre murió el año pasado y su hija asegura que no sintió «nada». Elogia el papel de su madre, que sacó fuerzas de flaqueza para seguir unida a sus hijos. «Ella nunca nos ha hablado mal de mi padre, a pesar de todo. Hemos tirado para adelante como hemos podido, pero no nos hemos recreado. Mi madre ha sido una luchadora y una trabajadora incasable», destaca Fátima, agradecida y orgullosa de la valentía de la mujer que le dio la vida.