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#ALGO TIENE QUE CAMBIAR YA

Una historia de dolor: incapacitada para casi todo menos para trabajar

Lidia Obispo León (Nules) tiene 36 años y desde 2019 sufre crisis recurrentes de dolor por una fibromialgia crónica e irreversible diagnosticada, pero que para el INSS no la exhime de volver al mundo laboral

Testimonio sobre fibromialgia: "Toda mi vida cambió en marzo del 2019"

Testimonio sobre fibromialgia: "Toda mi vida cambió en marzo del 2019" Mònica Mira

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Testimonio sobre fibromialgia: "Toda mi vida cambió en marzo del 2019" Mònica Mira

El dolor crónico generalizado es un enemigo invisible que hasta hace relativamente poco tiempo tenía difícil diagnóstico. Unas tres décadas atrás se establecieron y reconocieron una serie de criterios para llevar a identificar una enfermedad con nombres y apellidos: la fibromialgia, reconocida por la Organización Mundial de la Salud como un trastorno de la sensibilización central con alteraciones sensitivas y emocionales. A pesar de que su identificación hoy en día se ha normalizado, sigue generando cierta controversia, porque se trata de medir el dolor y en qué grado puede llegar a incapacitar a quienes lo sufren. Casos hay tantos como personas que la padecen, pero el de Lidia Obispo León, una mujer de 36 años de Nules, invitan a reflexionar sobre cómo hace frente la Administración a circunstancias como la suya.

Para visibilizar lo que le está ocurriendo y dar voz a quienes, como ella, viven bajo la tiranía de las crisis dolor físico constante, Lidia ha puesto en marcha la campaña: Algo tiene que cambiar ya.

Su historia comenzó en marzo del 2019. Lidia León trabajaba entonces en una empresa de espectáculos en vivo. Su vida se parecía mucho a lo que esperaba de ella, un trabajo que le gustaba y un futuro promotedor por delante, hasta que tuvo su primera crisis de dolor. La primera estación de su particular calvario. Desde entonces ya no ha vuelto a ser la misma.

Lidia Obispo trabajaba en una empresa de espectáculos en vivo antes de sufrir su primera crisis de dolor. en marzo del 2019.

En su primera visita a urgencias no pudieron identificar qué le ocurría, aunque la parálisis facial y muscular, los temblores, evidenciaban físicamente que algo estaba ocurriendo con su cuerpo. Le dieron la baja. Agotó los doce meses estipulados por ley. Le prorrogaron seis más. Cuando el INSS la citó para analizar su caso, estaba ingresada en el Hospital General de València. La estuvieron sometiendo durante 11 días a pruebas para tratar de averiguar qué le estaba pasando.

Incomprensión

Lidia asegura que ese año se asemejó bastante a «un infierno físico y emocional», porque se encontró con mucha incomprensión, «con médicos que creían que me lo estaba inventando y que somatizaba los síntomas», por lo que la aconsejaban acudir al servicio de Psicología. «Llegué incluso a dudar», asegura. Y fue así hasta que un neurólogo «me creyó».

El INSS no volvió a citarla tras su paso por el General de València. Había llegado la pandemia. Seguía manteniendo una relación con su empresa, pero «por mi estado de salud y las limitaciones sanitarias, era inviable volver». Un perito médico privado realizó un informe en el que concluía, tras analizar su caso, que «no era apta para trabajar», y así acordaron una rescisión de contrato «por ineptitud sobrevenida».

Pese a ello, su sorpresa llegó cuando el INSS le comunicó que, a su consideración, era apta. A esas alturas, Lidia Obispo todavía no tenía un diagnóstico de fibromialgia. A pesar de que su neurólogo solicitó su valoración, no se realizó en el General de València donde la trataban, al residir en ese momento en Picassent, y «solicité traslado de expediente al Hospital de Denia». El resultado de los análisis médicos que allí le practicaron fueron contundentes: esta joven nulense sufre fibromialgia, síndrome de fatiga crónica y sensibilidad química múltiple. Recomendó su incapacitación absoluta.

Lidia Obispo León durante una de sus crisis de dolor.

El INSS no considera esa posibilidad y Lidia León no vio más salida que presentar una demanda contra la Seguridad Social. «Es algo muy desagradable, porque te genera un gran sentimiento de impotencia tener que ir a juicio contra quien, en teoría, debería protegerte», explica dolida. La vista se celebró el 28 de abril. Está a la espera de sentencia aunque asegura que, llegada a este punto, «tengo pocas esperanzas», a pesar de los múltiples informes médicos —a los que ha tenido acceso Mediterráneo— y vídeos en los que la han grabado con sus crisis de dolor.

Lidia quería mantener su caso en la estricta intimidad, no es plato de buen gusto hacer público tal nivel de vulnerabilidad, según reconoce, hasta que se sintió víctima de una injusticia. Pensó en todo lo que está luchando por afrontar cada día y en todas las personas que pueden encontrarse en su misma situación, y por eso ha querido visibilizar las consecuencias de vivir con una enfermedad que no aparece en radiografías ni resonancias pero que, tal y como reconocen sus informes médicos, no se está inventando.

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