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Negocios familiares que sobreviven al tiempo en Castellón

Son tiendas de proximidad, arraigadas y muchas centenarias, que van pasando de generación en generación, aunque no siempre los intereses son coincidentes ni todo es fácil para seguir al pie del cañón

Imagen de la panadería Albalat

Sacrificio e ilusión no les faltan a los negocios familiares de Castellón que abren la persiana día tras día, en muchos casos, desde hace más de un siglo. Perviven a las crisis y al relevo generacional, que no siempre en sencillo. Deben coincidir intereses personales y profesionales pero siempre son un valor-refugio al que acudir, un tesoro en casa, no exento de esfuerzo. El presidente de Confecomerç Castellón, Juan Adsuara, incide en que «son emblemáticos, un valor patrimonial de nuestros entornos urbanos, y dan perdurabilidad a oficios de toda la vida y al formato artesanal, que aporta un valor diferencial único». 

Sectores proclives

Panadería, carnicería, mueble, ferretería, droguería o textil son los sectores que cuentan con mayor tradición y donde más se da el recambio generacional. «Según ciertos estudios, solo un 34% de los negocios llega a la tercera generación. Otros van por la cuarta, se quedan en la segunda o cierran. Muchos no tienen definidos sus procesos sucesorios y faltan planes para incentivar la continuidad del negocio y clientes a otros emprendedores cuando no es posible con la familia. Los hijos de los comerciantes cuentan con un aprendizaje inculcado por sus padres, pero muchos van a la universidad y deciden trabajar en otra cosa», comparte. Opina que la Administración debe impulsar «la formación en oficios, también desde la FP, pues actualmente a sectores tradicionales les falta mano de obra especializada». ¿Qué pros y contras tiene hacerse cargo de un negocio familiar? «Como ventajas --añade--: su valor diferencial, singular, la garantía de una marca reconocida y un producto especializado y consolidado, conocimiento de los procesos y hábitos de los clientes y la oportunidad de innovar con canales digitales». ¿Inconvenientes? «Falta personal, programas de apoyo a emprendedores para quienes asumen el relevo, exceso de burocracia y problemas de gestión», reseña.

Salazones Cabedo

Salazones Cabedo

«A principios del siglo XX nuestra bisabuela, Amparo Llop Molés (La Tollinera), tenía una parada de salazones en el mercado de las calles de alrededor de la iglesia Mayor de Vila-real. Era la pequeña de 12 hermanos y venía de familia de comerciantes de les Alqueries, que compraban quesos en las masías de toda la provincia para venderlos en Valencia». Así cuentan Ester y Amparo, actualmente al frente de Salazones Cabedo --donde posan en la foto con sus hijas--, el inicio del negocio familiar. Estuvieron en el mercado hasta que lo derribaron y abrieron tienda en casa del tío Pesudo, en la calle Ermita, llamándose Salazones Pesudo. Con los años su padre, José Luis Cabedo Miró, montó su propia tienda cerca del campo de fútbol, y allí siguen. «Somos cinco hermanas y, en algún momento, unas más que otras, simultaneamos estudios con la tienda, pero al final somos nosotras dos las que nos quedamos con el negocio y nos gusta. Desde hace más de 4 años nos ayuda Merche, con la que estamos muy contentas. Nuestro horario es siempre por las mañanas, de 8.00 a 14.00 h., pues necesitamos tiempo para preparar el material y conciliar. Lo que más nos llena y anima a seguir es saber que nuestros clientes se sienten como en casa. Les agradecemos muchísimo su apoyo en estos tiempos», expresan. 

Panadería Miró

Panadería Miró

Otras hermanas, María José y Miriam Miró, en Castelló, son la sexta generación de una panadería artesana fundada en 1880, y han cogido el testigo de sus padres: José Miró y Pepi Bacas. «La familia de mi abuela ya tenía horno en les Alqueries y al casarse con mi abuelo abrieron una panadería por el barrio de la avenida Valencia, en Castelló, y él aprendió el oficio. Mi padre ayudaba de joven pero tuvo otros empleos hasta que llegó el momento que mis abuelos se jubilaron y eligió la panadería», cuenta María José. «Nosotras desde pequeñas hemos visto hacer pastas y pan de lunes a domingo. Estudiamos Hostelería porque nos gustaba. Mi hermana al acabar se quedó fija y yo trabajé en otros sectores pues al casarme y tener hijos el horario es sacrificado», añade. Ahora que su madre también se jubila ha decidido irse a la panadería familiar con su hermana, y el novio de esta, al que «mi padre le ha enseñado a elaborar pan artesano y lo hace muy bien». «Es un trabajo que nos gusta y nos hace felices. Disfrutamos viendo que la gente viene contenta, llega a casa y disfruta la pasta que elaboramos. Son recetas que hemos heredado y han pasado de generación en generación», apunta orgullosa.

Interiorismo Villalba

Imagen Interiorismo Villalba

Su abuela era modista y vendía telas a metro y ella realiza ahora proyectos de decoración integral para el hogar. María es ya la tercera generación de la saga. Sus abuelos Antonio Villalba y Adelina Martín abrieron en Vila-real una tienda «donde vendían de todo: desde tela por metros, por supuesto; pero también algo de joyería, pijamas, trajes chaqueta, cacerolas, etc». «Mi abuelo iba a Eslida, Onda o Artana con la bicicleta para llevar algún artículo y cobrar encargos. En ocasiones le acompañaba mi padre», relata. Su abuela sabía coser y la clientela compraba telas igual para un traje, que para hacerse cortinas o sábanas. Entonces se cosía más en casa u ahora faltan modistas. «Luego mi abuelo le montó a mi padre el establecimiento actual, que primero fue solo de cortinajes; luego añadimos textil-hogar; y con los años, muebles y decoración». «Tomé la decisión de trabajar en el negocio cuando tenía unos 20 años y me enganché. Me gusta el diseño», dice María. Tras jubilarse su padre, Antonio Villalba, ella y su madre, Gloria Corominas, trabajan en el comercio. Con el paso del tiempo todo ha cambiado, y ahora Villalba Interiorismo tiene tienda on line y llegan a toda España y más, algo impensable para sus antepasados.

Horno Albalat

Hornos Albalat

Rafael Albalat es panadero en Serra Engarceran y es ya la tercera generación. «Empezaron mis abuelos Francisco y Amparo como horneros: la gente se amasaba el pan en casa pero no tenía hornos y lo llevaban allí a cocer», explica. Prácticamente su horno moruno era casi municipal, daba un servicio crucial a todos los habitantes del pueblo. «Luego lo cogieron mis padres y comenzaron ellos a hacer el pan. Yo empecé a ayudarles cuando tenía 16 años y llevo trabajando ya 41 desde entonces. El 25 de junio de 1981 ellos se jubilaron y pasé a encargarme», rememora. En el devenir de los años, «siempre hemos tenido horno de leña, y aún hoy en día. Lo único que primero era tradicional, luego giratorio y luego compramos uno de pisos», manifiesta. En su caso, una cosa llevó a la otra pero todo estaba encaminado a que tomara el relevo. «A mí me gustaba y empecé con el pan y luego ya a elaborar más surtido de bollería», explica. Aunque tiene dos hijos, «de momento, no quieren seguir. Mi hijo, mayor, trabaja ya de profesor en Valencia; y mi hija está estudiando y tiene otros intereses pero de momento me ayuda. No sé si en un futuro igual ella sí quiere seguir la tradición familiar. Aún quedan años para jubilarme. No he pensado qué pasará con la panadería entonces. En verano hay más habitantes y mucha venta», reflexiona.

Regalos ‘Las Mellizas’ 

Regalos 'Las Mellizas'

Enrique Martí Goterris fundó a principios del siglo XX, por la década de los 30, una tienda en Vila-real, frente la iglesia Mayor, de droguería a granel --los clientes traían los envases para su rellenado-- y en los años 60 su hijo la amplió con accesorios, cámaras fotográficas y hasta revelado de carretes.

En la calle San Roque trabajó con sus tres hijos, Enrique, Concha y Rosario. A finales de 1946 abrió otro establecimiento en la calle Colón, con el nombre de su esposa Concha Herrero, y luego la denominó Las Mellizas, por sus hijas Conchita y Rosarito. «Allí vendían todo tipo de artículos imaginables, salvo alimentos», relata Rosario.

Posteriormente, vendían en su establecimiento comercial productos específicos de droguería con envasado propio y otros para hogar, regalo y perfumería. Con el tiempo Enrique Marti Herrero tomó el relevo de un tiendaa; y la otra, fue para su hija Rosario y su yerno Manuel Barrué Ibañez, quien con el tiempo la cedió a sus hijos, Mabel y Juanma, que la llevan actualmente. «Los comercios, al igual que ocurre con la agricultura, con plagas y heladas a lo largo del tiempo, no han estado exentos de problemas. Desde la crisis económica del 2008 a la reciente pandemia, pero el carácter emprendedor lo puede todo y es la fuerza de la ciudad», comparte Juanma. 

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