Ana, una vecina de Almenara, se siente «prisionera» en su propia casa. Como consecuencia de su situación familiar, tiene diagnosticada una depresión con ansiedad reactiva por la que recibe farmacología que, entre otros efectos, la aletarga y la incapacita para acciones cotidianas como conducir. Aun así, es la única cuidadora de su hijo, un adolescente de 15 años con Síndrome de Sotos Like, TDH, agresividad, trastorno desafiante negativista y adaptativo.

Su historia la resume con bastante precisión la alcaldesa del municipio, Estíbaliz Pérez. Dice que «la burocracia está reñida con la desesperación de esta madre». «La realidad dista mucho de lo que escribimos en los procedimientos administrativos y las leyes», añade. Bien lo sufre Ana.

Su hijo era un niño más con necesidades especiales hasta que hace unos meses todo cambió para mal, coincidiendo con la explosión propia de la pubertad.

El menor acudía al Centro de Educación Especial Pla Hortolans de Burriana «hasta que decidió que ya no quería ir más», explica. Porque fue así de simple. Llevaba acudiendo a las clases con normalidad desde septiembre, pero «tuvo el covid, se quedó en casa 10 días y a partir de entonces dijo que no quería ir más». Obligarlo, para su madre, no es una opción. Mide 1,9 metros, pesa unos 80 kilos y los niveles de agresividad que llega a alcanzar la atemorizan.

La negativa del adolescente a subirse al coche para ir al centro lo ha llevado en varias ocasiones a alterarse tanto que su madre, aconsejada por especialistas, llama a la policía. «Los ve como una autoridad y se calma», pero después, cuando todos se van, Ana se queda sola con su pesadilla particular, la de querer a un hijo y no poder aguantarlo más. «Es autodestructivo», reconoce deshecha.

La alcaldesa asegura que «la entendemos, sabemos cuál es su situación, pero como administración no podemos hacer más». De hecho, el pasado mes de marzo, el propio Ayuntamiento decretó la situación de riesgo del menor, y se ordenó la «elaboración del correspondiente proyecto de intervención social y educativo familiar».

«No ven lo que estoy pasando»

«Nadie ha estado en mi casa para saber lo que estoy viviendo»

Ana - Madre

Esa declaración, a efectos prácticos, para Ana ha quedado en nada. Divorciada, asegura que el padre de su hijo «solo asume su responsabilidad de acuerdo al convenio de tutela». Tiene otro hijo de 20 años, «pero tiene derecho a vivir su vida, sin tener que cuidar de un hermano con problemas», por lo que la mayor parte del tiempo es ella la que debe hacer frente a una situación «insostenible». Los dos medicados --él por su agresividad y ella por la depresión-- y encerrados en casa, porque para Ana la vida no da para más. Salvo unos días en los que le destinaron a una asistenta social «para que lo convenciera de levantarse para ir al centro» pero que «lo dejó pronto porque no podía», asegura que «nadie más ha estado en mi casa para saber lo que estoy viviendo».

Lo primero, el menor

En Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas afirman que se está hablando con todas las partes --los padres y los Servicios Sociales del Ayuntamiento--, «para adoptar la opción que mejor garantice el interés superior del niño». En la última reunión en la dirección territorial, esta semana, la respuesta que le dieron fue «que yo puedo, y que para mi hijo, el mejor recurso es Hortolans». Y Ana volvió a Almenara con el dolor de verse «ninguneada, juzgada y acabada», lamenta.

«¿Quién cuida de mí y de mi salud? Dicen que el bienestar del menor es lo primero, pero ¿de verdad creen que así ayudan a mi hijo?»

Ana - Madre

«¿Quién cuida de mí y de mi salud? Dicen que el bienestar del menor es lo primero, pero ¿de verdad creen que así ayudan a mi hijo?», denuncia desesperada. Implora su ingreso en un centro especializado que, a día de hoy, no parece probable. Pide auxilio, porque mantienen una relación «tan tóxica que es fatal para los dos».