Durante 16 días, un grupo de siete jóvenes de la provincia de Castellón --tres de Castelló, tres de Nules y una de Almenara, además del sacerdote que los acompañaba-- han participado el pasado agosto en la que, posiblemente, sea la experiencia de su vida: una misión de voluntariado en la India, donde han trabajado junto a las hermanas Misioneras de la Caridad, ayudando a «los más pobres entre los pobres» a quienes dedicó su vida Santa Teresa de Calcuta, fundadora de la congregación que ha acogido a la delegación castellonense. El viaje estuvo coordinado por la Delegación de Infancia y Juventud de la Diócesis de Segorbe-Castellón, con la colaboración de la Delegación de Misiones.

¿Qué puede mover a jóvenes entre 17 a 22 años a dedicar buena parte de sus vacaciones de verano —todos son estudiantes— a ponerse al servicio de enfermos, moribundos y gente necesitada hasta el extremo? Según el subdelegado de la diócesis de Infancia y Juventud, Manuel Díaz, no fue hasta el final del viaje cuando fueron conscientes de la verdadera respuesta. Todos sabían que querían ser útiles, ponerse al servicio de quienes más lo necesitan, pero prácticamente ninguno imaginaba el shock que las vivencias a las que harían frente les iba a suponer.

Es obvio que tratándose de un proyecto impulsado por la Diócesis, tenía una importante carga espiritual. La fe católica que comparte el grupo fue un eje y motivación principal del viaje a la que recurrían a diario. De hecho, tuvo mucho que ver en cómo interiorizaron las experiencias a las que llegaron a enfrentarse.

Parte del grupo de jóvenes que ha realizado voluntariado en la India este mes de agosto de la mano de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Su labor no era otra que ayudar a las Misioneras de la Caridad en sus quehacer diario, tal y como resume Manuel Díaz, que no es otro que atender a enfermos y pobres, personas abandonadas por la sociedad, solas en su miseria y que solo encuentran consuelo en la compasión de la congregación religiosa, porque a nadie más parece importarle su existencia.

Dos de los jóvenes voluntarios en una casa de ayuda a mujeres en Calcuta.

Los 23 voluntarios —además de los siete castellonenses había otros de Valencia, Huesca, Zaragoza y Teruel—, incluido el sacerdote, fueron distribuidos entre cuatro casas en las que se atiende a moribundos, ancianos y discapacitados psíquicos y físicos. Allí les curaban, les daban de comer, les aseaban, les hacían compañía y les daban calor humano, a muchos por primera vez en sus vidas.

El primer impacto: una crisis personal

El padre Manuel Díaz explica que una experiencia común entre todos los participantes fue «primero de crisis», al descubrir que pese a que su voluntad era ayudar «quieres entregarte y no puedes». Como conclusión, a nivel anímico, «todos llegaron a palpar su propia pobreza interior», la consciencia de las limitaciones personales y anímicas ante una realidad muy dura que se desplegaba contundente ante ellos.

Manuel Diaz junto a uno de los jóvenes, conversa con una misionera de la Caridad en una de las casas de servicio.

Una de las jóvenes atendió a una mujer a la que, al quitarle un vendaje de la cabeza, pudieron verse una gran cantidad de parásitos que la devoraban, literalmente

Díaz comparte como ejemplo uno de los momentos vividos por una de las jóvenes. En la casa de los moribundos, un día la reclamó una de las misioneras de la Caridad para que la ayudara con una recién llegada. Una mujer que llevaba un vendaje en la cabeza. Comenzaron a retirárselo entre sus evidentes muestras de dolor. Al descubrir su cuero cabelludo, pudieron verse una gran cantidad de parásitos que la devoraban, literalmente. Fue impactante. Pero así es el día a día en ese lugar. La indicación fue lógica. Debía coger unas pinzas para retirar los gusanos. Relata Manuel Díaz que esa joven «llegó al viaje muy dolida, había sufrido una decepción muy fuerte por una amiga y estaba muy triste». Cuando acabó de limpiar a la enferma y volvió con el grupo a compartir lo vivido esa jornada, aseguró «sentirse liberada».

Abrir los ojos y dar un paso al frente

Han sido 16 días de descubrimiento personal, de encuentro con su fe y con la realidad de un mundo que nada tiene que ver con el que les rodea en casa. Manuel Díaz comenta que, como experiencia global, este viaje de servicio «te lleva al límite, te das cuenta de que no puedes y que el primer pobre, desde un punto de vista emocional y espiritual, eres tú» lo que descubren «a medida que te dejas querer, que ofreces amor a quien más lo necesita».

Un grupo de voluntarios frente a una de las casas de asistencia de las Misioneras de la Caridad en Calcuta.

Todos estos jóvenes pasaron del rechazo inicial, incluso de la repugnancia que genera enfrentarse cara a cara con la miseria más mísera, con el dolor y el sufrimiento extremos, a la aceptación de su papel en un mundo con desequilibrios que duelen y transforman si uno es capaz de abrir los ojos y dar un paso al frente. Ellos lo han sido.