OBITUARIO

Paco Mariscal: el maestro que murió periodista

Paco Mariscal Garrido, colaborador de 'Mediterráneo'.

Paco Mariscal Garrido, colaborador de 'Mediterráneo'. / MEDITERRÁNEO

Pepe Beltrán

Pepe Beltrán

Castellón

Aunque de ascendencia gaditana, Francisco Mariscal Garrido se trasladó bien pronto a Vilafamés, que era el destino de su padre como agente de la Guardia Civil. Compatibilizó sus estudios en horario nocturno en el Instituto Ribalta de Castelló con diversos trabajos, completando la carrera de Filosofía y Letras en Barcelona, donde también cursó estudios de alemán, idioma que dominaba a la perfección. Cumplió el servicio militar en la marina leyendo los 46 Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, porque la lectura fue siempre una pasión.

Paco Mariscal ganó plaza en el Instituto de Bachillerato de Almassora, hoy Álvaro Falomir, mientras su mujer Carmen Vilar ejercía en el Colegio Embajador Beltrán. Como un almazorense más, pronto se involucró en la sociedad local e, invitado por el alcalde Manolo Claramonte, al que desde entonces le unió sincera amistad, participó en la reactivación cultural del pueblo en compañía de Ana Mari Martinavarro y Manuel Renau.

En aquellos tiempos, no dudó en tranquilizar a un padre furioso y poco tolerante porque su hija, alumna del instituto, había quedado embarazada de su relación con un compañero. También tuvo que frenar el ímpetu de una profesora que pedía la expulsión y el expediente disciplinario de unos alumnos que se habían burlado de ella cantándole el Cara al sol. Paco siempre guardó una especial afinidad con los estudiantes, sin duda porque se sentía aún aquel niño gamberro que hacía travesuras a su maestra, doña Paquita, quien todavía se lo recriminaba en una reciente visita que le hizo al asilo.

Paco nunca fue amigo del despacho, así que, al finalizar el entonces COU, un día citó en la cafetería del instituto a dos alumnos para preguntarles sobre sus intenciones de futuro. El primero respondió que quería dejar los estudios y buscar trabajo. Mariscal le informó que tenía un 4,5 pero iba a aprobarlo. El segundo anunció su deseo de iniciar una carrera académica y el profesor le invitó a seguir estudiando pero desde ya, ese mismo verano, porque tenía un 4,5 y lo suspendía.

Un par de meses después, el día de la convocatoria del examen de recuperación, y en la misma puerta del aula, Paco se dirigió al segundo alumno preguntándole si había estudiado y, cuando éste le respondió afirmativamente, le comunicó que no hacía falta que pasara la pertinente prueba porque ya estaba aprobado. Tras una primera reacción de estupefacción, el estudiante le insultó por tan provocadora oferta, luego se examinó y sacó un 8,5. Mariscal había conseguido despertar de su indolencia a aquel adolescente. Con el tiempo se hicieron amigos inseparables y, como con otros muchos alumnos, más de 40 años después compartía comidas, consejos y experiencias vitales con un maestro que les marcó a todos.

Cuando impartía clases en el instituto de Almassora, Paco Mariscal nunca siguió el guión rígido y académico del libro de COU de Vicente Tusón y Fernando Lázaro Carreter y, siempre con un periódico como herramienta, improvisaba un diccionario de actualidad, algunas de cuyas definiciones incorporaba después en las preguntas del siguiente examen de evaluación. Eran los tiempos de la intervención del gobierno en Rumasa, así que surgieron de la nada holding, expropiación, decreto ley y tantas otras palabras inverosímiles para chavales de 16 y 17 años.

Después partió a Alemania, donde impartió clases a los profesores de español durante seis años, y regresó a Masamagrell y Pobla de Farnals hasta su jubilación, tiempo en el que empezó a colaborar con artículos de opinión en El País y luego en Levante de Castelló. Porque Paco Mariscal vivía apasionadamente el periodismo y empezó a practicarlo después de haber enseñado a sus alumnos la diferencia entre una noticia, aséptica y objetiva, con una opinión, por muy razonada que la presenten; e introducirlos en el reportaje, la entrevista, la crónica y todos los géneros periodísticos. Si fue fructífera su aportación a la sociedad como profesor de Lengua y Literatura, no lo fue menos como periodista, porque lo era de verdad, y disfrutaba con ello.

Mariscal, en un banco de la catedral de Pamplona, tomando notas durante la ceremonia de la toma de posesión del nuevo arzobispo.

Mariscal, en un banco de la catedral de Pamplona, tomando notas durante la ceremonia de la toma de posesión del nuevo arzobispo. / MEDITERRÁNEO

Precisamente su rigor y profesionalidad no le permitían fiarse de las redes sociales --no tenía ni Whatsapp--, ni de internet, solo de su trabajo de campo. Eso es periodismo. Por eso no dudó en acreditarse para visitar la cárcel de la carretera de l’Alcora, hablar con los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria y hasta con los internos, antes de entrevistar al fraile mercedario Florencio Roselló, capellán del presidio que iba a ser proclamado arzobispo y que, sin duda, le marcó de manera notable. «Me lo estoy pasando muy bien», refería al tiempo que le auguraba un gran futuro en la iglesia a su admirado amigo. Y decidió viajar a Pamplona y estuvo tomando notas durante toda la toma de posesión del nuevo arzobispo de Pamplona-Tudela, para pergeñar un reportaje con la erudición y exquisitez que él sabía conferir a los textos. Precisamente después de la celebración en la catedral gótica de Iruña todavía contactó por teléfono con su amigo Pepe Pascual --máximo representante del conservadurismo liberal agrario, según definición del propio Mariscal-- para confesar que se le habían hecho cortas las tres horas de misa y que había gozado con el gregoriano y las piezas sacras interpretadas durante la ceremonia. 

Como también se deleitaba con la traducción y corrección de libros de diversos autores desde el más absoluto anonimato. Y con ese mismo gusto por la sintaxis, no exento de fina ironía, como un nuevo Mariano José de Larra, todos los jueves también nos contaba su visión particular sobre el Castelló de ayer y de hoy, de siempre, en el diario Mediterráneo. Unas columnas y unas enseñanzas de las que pueden sentirse orgullosos Carmen, su mujer; Helena, Francesc y Carmeta, sus hijos; y sus nietos Justi y Mateu.

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