Una historia de reconstrucción
"Un intento de suicidio no me define; ahora valoro la vida"
Lidia Cabrera se tiró de un cuarto piso en Castelló en 2022. Solo tenía 22 años y toda la vida por delante, pero la depresión, sus trastornos alimenticios y otros problemas la hicieron tocar fondo. Casi tres años después, es una mujer nueva, que estudia Psicología, trabaja en salud mental y con un libro sobre su historia

Gabi Utiel
¿Quién no tiene hoy en día un problema de salud mental? No hace falta que sea un intento de suicidio o una esquizofrenia; puede ser depresión, ansiedad, estrés o, simplemente, una relación sentimental tóxica». Es la reflexión que hace Lidia Cabrera Contreras, una joven que, a los 22 años, se tiró desde un cuarto piso en Castelló para acabar con su vida. Pasó 15 días en coma, dos meses ingresada en el Hospital General y le dijeron que nunca volvería a caminar por sus graves secuelas físicas.
Casi tres años después de aquello, tras la rehabilitación física y mental y el esfuerzo titánico tanto suyo como de su familia, se siente recuperada, aunque no esconde que tomará medicación, posiblemente, toda su vida.
Lidia llega a las instalaciones de Mediterráneo conduciendo su propio coche (aunque también sugirieron que no lo haría más), con paso firme y sonríe al contar que vuelve a practicar Crossfit, un deporte del que le dijeron que se olvidara para siempre. Es una chica nueva, reconstruida, que intenta no culparse por lo que hizo y valora su vida y a quienes están en ella.
Tanto es así que acaba de escribir su primer libro, La chica que se tiró (Editorial Círculo Rojo), que se presentará el próximo día 28 en la Librería Argot y se venderá no solo allí, sino en Plácido Gómez, La Casa del Libro, El Corte Inglés y también en Amazon.
Pero para comprender la mujer en la que se ha convertido tras este duro proceso hay que comenzar por el principio. Concretamente, hay que remontarse a las fiestas de la Magdalena del 2022.
La noche de los hechos
Tras una noche de fiesta, en la que mezcló los antidepresivos que ya tomaba con alcohol, volvió a su casa e intentó ahorcarse. «Solo quería desaparecer. Estaba diagnosticada de depresión mayor, de TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria), había arrastrado problemáticas familiares desde pequeña que no había solucionado y, al final, fue un cúmulo de circunstancias», comienza a relatar con llamativa serenidad. Sin embargo, no consiguió suicidarse. «No conseguí ahorcarme porque tenía miedo a morir en el fondo. De modo que me tomé todas las pastillas que tenía en casa, subí a la terraza del edificio medio drogada y me tiré», dice con aplomo.
A partir de ese momento, la joven no recuerda nada. Sabe que la recogió el SAMU y que la intubaron allí mismo. «Cuando me desperté en la UCI, después de dos semanas, empecé a arrancarme los tubos y tuvieron que atarme las manos a la camilla», afirma.

Imagen de la joven en el año 2022, durante sus meses de ingreso. / Mediterráneo
No le dijeron nada del intento del suicidio. Para preservar al máximo su estabilidad, le contaron que se había caído por las escaleras volviendo de fiesta y, como ella recordaba aquella noche de juerga, lo creyó. «No me podía mover y tenía mucho dolor en todo el cuerpo. Cuando venían a hacerme las curas, se me hacía insoportable. Me alimentaban por sonda, era totalmente dependiente», relata la joven, que al poco tiempo comenzó a sospechar lo que realmente había sucedido. «Me vino un flash y empecé a darme cuenta de que me había jodido la vida. Entonces empezó la fase de culpabilidad y arrepentimiento. Me quejaba de mi vida de antes, pero ahora no podía ni levantar la pierna», dice.
Primeros pasos
El 5 de mayo del 2022 es una fecha que recuerda bien. Fue el primer día en que consiguió ponerse de pie. «Esos dos pasitos que di, como un robot y con la ayuda de mi madre, fueron un mundo. A partir de ahí empezó una recuperación muy intensa, tanto física, como mental (tenía psiquiatra y psicólogo todos los días). Me negué a ir a un centro de salud mental porque yo trabajo en sitios así y no tenían recursos suficientes para darme la atención que requería. Yo necesitaba mucha terapia, cariño y no estar encerrada. Por supuesto, la química me ayudó mucho también en esos primeros momentos», reflexiona.
La ambulancia la recogía a diario en casa para ir a rehabilitación y empezó también natación. Había perdido toda la masa muscular y el camino fue largo.
Lidia recuerda que el apoyo incondicional de su familia (de sus abuelos y su madre, especialmente) y de sus amigos fueron determinantes en su recuperación. «Nos han enseñado que en la vida hay que ser fuertes, tirar hacia adelante, poder con todo y no es así. No es que la mía sea la generación de cristal, la que se queja de todo. Es que hemos sacado a la luz problemas que otras generaciones han ocultado, como ha pasado en muchos otros ámbitos de la vida», apunta con determinación.
Trabaja en salud mental
Lidia estudia Psicología y trabaja como integradora social en un centro de día y lo hace, precisamente, en una planta de salud mental. «Pocas personas los entienden mejor que yo. Cuando tienen un problema, los usuarios me buscan a mí. Tengo muy claro que quiero trabajar en esto, que valgo para ello y que un intento de suicidio no me define», reivindica la joven, quien inicialmente se martirizaba porque pensaba que nadie creería en su profesionalidad.
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