"Se jubilaban y nos lanzamos a llevar el bar": los extranjeros, pilar de negocios del interior de Castellón
Óscar, Jhoselyn, Ionut, Gustavo, Paulina e Ían se lanzaron a regentar establecimientos

Óscar, Jhoselyn, Ionut, Gustavo, Paulina e Ían regentan negocios en el interior de Castellón / MEDITERRÁNEO

Castellón cuenta con al menos 79 negocios en municipios de menos de 2.000 habitantes regentados por extranjeros. Los migrantes se convierten al lanzarse a emprender en el pilar principal de muchos establecimientos que son a su vez un punto de vida para localidades ahogadas por la despoblación.
Gustavo Monroy (Atzeneta del Maestrat): «Como no había pizzería en el pueblo, hicimos una»

Gustavo Monroy, al frente de un bar de Atzeneta del Maestrat. / MEDITERRÁNEO
Gustavo Monroy emigró de Ecuador a Barcelona, pero cuando le salió un trabajo en Atzeneta, cambió sin dudar el estrés de la ciudad por la idílica comarca del Alt Maestrat. «Aquí el pueblo, cuando te engancha, ya no te suelta», resume Gustavo, que luego se trajo a su mujer y ahora tienen a una niña de 5 años, nacida en Atzeneta. Este ecuatoriano agarró un bar y le dio una vuelta a la idea de negocio.
«Aquí no había pizzería, entonces monté un bar-pizzería. Tomo ideas de las ciudades, nos ponemos a la tendencia y fidelizamos a la gente», afirma. Gustavo, de 43 años, tiene el sueño de abrir otros locales en municipios cercanos. «En las ciudades, los números no son viables, pero aquí sí: son negocios que se mantienen, no te vas a hacer rico pero te dan de comer», explica el hostelero. De España destaca la seguridad en las calles y la atención sanitaria para su familia.
Paulina Gómez e Ían García (La Serratella): «Queremos ayudar a los pueblos desolados»

Paulina Gómez e Ían García llevan una casa rural en la Serratella. / MEDITERRÁNEO
La colombiana Paulina Gómez tenía algo de experiencia en gestión cuando se mudó a España hace dos años y medio. Unos meses después, ella e Ían García, castellonense, se conocieron. Desde entonces forman pareja sentimental pero la semana pasada se convirtieron en tándem de negocios: tras mucho insistir, acaban de firmar la licitación para llevar una casa rural en la Serratella, La rosa de los vientos. «Nos dieron la oportunidad de atender a la gente. Estoy muy agradecida de cómo me han tratado y no me siento como si fuera de otro país. Sobre todo, queremos ayudar a los pueblos que andan un poco desolados», explica Paulina. Están nerviosos por empezar, pero están confiados de que funcionará: «Esto es un paraíso», destaca Ían.
Óscar Méndez y Jhoselyn Málaga (Navajas): «Los dueños se jubilaban y nos lanzamos a llevar el bar»

Óscar Méndez y Jhoselyn Málaga son propietarios de un bar de Navajas. / MEDITERRÁNEO
Cuando Óscar y Jhoselyn salieron de Venezuela fueron a parar a Colombia, donde vendieron vasos y tartas frías en la calle para alimentar a su hijo de tres años. La joven vendió hasta su cabello. Pocos años después, son propietarios de un bar en Navajas. El nombre del local lo dice todo sobre su historia: El sol sale para todos. Fue Jhoselyn la que empezó de ayudante de cocina en ese local, que antes era un bar regentado por dos personas mayores.
«Los dueños se jubilaban y la mujer le brindó la oportunidad de quedarse el bar. Era difícil pero jamás imposible que nos dieran un crédito y un banco nos abrió las puertas», cuenta Óscar. Los dos tienen estudios de contabilidad, así que con ese plus están sacando «rendimiento al negocio». Ofrecen comida venezolana y española. Y de paso viven en un pequeño paraíso: «Es tranquilo y nos hemos incorporado un poco a las tradiciones».
Ionut Damaschin (Aín): «Muchos rumanos cogemos estos bares»

Ionut Damaschin está al frente de un bar en Aín. / MEDITERRÁNEO
El bar San Ambrosio de Aín, localidad de apenas 121 vecinos que se encuentra en plena pérdida de habitantes, está todavía lleno de vida porque Ionut Damaschin lo cogió hace un par de años. Antes trabajaba allí de camarero. «Se tomaron muy bien que cogiera el bar», dice. Él pertenece a la comunidad extranjera con más presencia en establecimientos del interior, la rumana. Cree que la fuerza de sus compatriotas los hace más resilientes a la hora de tomar las riendas de un negocio que «es muy sacrificado». «Tengo muchos conocidos que también han cogido bares en pueblos de Castellón», recalca.
Normalmente, dice, le cuesta encontrar camareros, pero estos días está de suerte: ha contratado a dos camareras, migrantes venezolanas.
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