Leo y escucho, como suele ser habitual en estas fechas que las fiestas de la Magdalena precisan una remodelación. Es cierto que la programación festera prácticamente no ha sufrido evolución alguna desde hace ya muchos años, salvo algún caso puntual que confirma la regla.

Lo que me preocupa es si, una vez más, todo lo que se dice, todas las inquietudes que ahora aparecen, son sólo motivo de resaca, se disuelven como azúcar en agua en cuanto pase la Semana Santa, --cosa también tradicional--, y queda todo en agua de borrajas hasta el año siguiente.

También es tiempo este de que salga a la palestra la necesidad de un congreso magdalenero. Cuando se han hecho, han estado cargados de buenas intenciones que luego casi nunca se cumplen. Y en cualquier caso, el que es el único foro legitimado para tomar decisiones en torno a ellas. Pero como suele celebrarse a finales de julio y sólo sirve para nombrar presidentes casi siempre cazados a lazo, se pierde reiteradamente la gran ocasión de debatir y actualizar la programación.