Concluyeron las fiestas fundacionales de Castellón con el tradicional Magdalena Vitol, que desde el balcón de la casa consistorial en la plaza Mayor gritó la reina Sonia Aparici Simón. Unas fiestas en las que convivieron dos formas de entender las mismas. La estructura tradicional con actos como el Certamen Literario y las galas en la Pérgola, y la fiesta popular que, con fuerza, irrumpió en el panorama social del Castellón de los años setenta. Fue el pueblo de Castellón el que se lanzó a la calle para vivir la fiesta sin mayores cortapisas. Y para conseguir esta conquista de la calle, que también se registró en las fiestas de poblaciones vecinas como Almassora y Vila-real, hay que destacar el esfuerzo que realizaron distintas comisiones gaiateras como fue el caso de la comisión de la Gaiata 3 Porta del Sol que presidía en aquel entonces el gestor y empresario Ángel Pérez Ponz y que popularizó los pasacalles de la banda de la Cruz Roja, dirigida por el maestro Pepe Gargori. También tuvieron un participación destacada en aquellas fiestas de la Magdalena las comisiones de la Gaiata 8, presidida por Ángel Laguía, la de la Gaiata 11 que dirigía Pepito Soriano, conocido como L´ Estanquer, y el sector 2 que presidió el joven Enrique Beltrán, hijo del recién elegido diputado centrista Enrique Beltrán.

Pero el final de fiestas con su habitual resaca devolvió la ciudad a la normalidad. Tan sólo algunas gaiatas que quedaron en las plazas y calles sin retirar al almacén del matadero, recordaban a los castellonenses la intensidad de los días vividos. Y hasta Mediterráneo, el periódico de Castellón, se vio obligado a instar a los miembros de las comisiones a que retiraran sus monumentos después de transcurridos varios días desde el final de las fiestas.

También, como era tradicional, la Cofradía de la Sangre inició el lunes después de fiestas de la Magdalena, el tradicional Quinario en honor al Santo Cristo Yacente, oficiado por el prior de esta hermandad tan antigua en Castellón que era el sacerdote Ramón Sanchis Grangel. En el transcurso de este oficio, la Schola Cantorum interpretó el tradicional Miserere como preparación a los solemnes cultos que organizaba la Cofradía para la Semana Santa.

Por su parte, en Benicarló se sacó en procesión a la venerada imagen del Cristo del Mar, reuniendo en las calles de la ciudad del Baix Maestrat a miles de personas. Se cumplía de esta forma, un año más, el voto de la tradición, mientras la provincia vivía la Cuaresma en un ambiente, cada año que pasaba, más desacralizado. Eran los tiempos de la transición y la Iglesia no estaba para manifestaciones externas siguiendo una interpretación muy particular del Concilio Vaticano II.

Y en este ambiente de secularización se supo que, finalmente, la Diócesis de Segorbe-Castellón iba a restaurar la casa abadía de Cabanes, un edificio que databa del siglo XV que estuvo a punto de ser derribado. Para conseguirlo fue fundamental la intervención del delegado diocesano de Patrimonio, el sacerdote Ramón Rodríguez Culebras, quien se hizo eco de las informaciones publicadas en Mediterráneo por el periodista Juan Enrique Mas, quien denunció la intención de derribar este edificio, tan interesante para el patrimonio histórico-artístico de la provincia de Castellón.

Y fue también en aquella semana de abril cuando el Gobierno de España decidió declarar a las islas Columbretes reserva natural ecológica. De esta forma, se puso fin a una situación lamentable de abandono y agresión a este archipiélago que servía como blanco en las prácticas de tiro de la aviación norteamericana. Esta decisión fue muy celebrada en Castellón, aunque el sector pesquero expresó su preocupación por la futura reordenación de la actividad pesquera en este lugar.