Hoy es San Pedro, fiesta patronal del Grao y de su gente marinera. Otros años he hablado de este santo, su relación con los pescadores y su amistad con Jesucristo. En esta ocasión querría incidir en una visión complementaria de San Pedro y su función en la Iglesia.

Juan Pablo II vino a España hace poco y reunió a más de 700.000 jóvenes. Todos quedamos admirados por su capacidad de convocatoria y de impacto. Ante la magnitud de ese fenómeno es necesario señalar dos motivos. Primero: los jóvenes buscan un ideal, un algo que les llene la vida. Quizá los cristianos no sabemos explicarles, con sus palabras, que ese ideal existe y se llama Jesucristo. La segunda cuestión tiene que ver con la festividad de San Pedro. Karol Wojtyla es un fiel católico, sacerdote y obispo. Pero es también el sucesor de Pedro, el Apóstol a quien Cristo confirió el Primado sobre su Iglesia. Y esto lo saben ellos. Los jóvenes necesitan seguridad; y van a encontrarla en quien no puede fallarles, porque les habla en nombre del mismo Cristo.

Cuando, además, se encuentran con un Pontífice sin repliegues; que les dice lo mucho que ha hecho Jesús por ellos y lo mucho que espera de ellos, sintonizan perfectamente con Juan Pablo II. Hallan en él lo que buscan. "¡Esta es la juventud del Papa!", coreaban miles de gargantas el día 3 de mayo. Tal juventud no responde a un pontífice octogenario; sigue a un San Pedro de casi dos mil años. La juventud del Papa, es la juventud de Pedro, es la juventud de Cristo "ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8).

Esta es la juventud y la fe de la Iglesia. La que distingue a los católicos de otras confesiones cristianas. La que comunica a esa Iglesia su unidad y su catolicidad. La que hallaron miles de conversos en el último siglo. El Papado puede parecer símbolo de poder y de monarquía absoluta. Pero esos conversos reflejaron su sorpresa al hallar en Roma la sombra de un Dios cercano a las necesidades humanas; que comprende, disculpa y perdona; y no se cansa de predicar el amor y la paz, aunque a veces sea poco escuchado.