Un refrán popular dice que de grandes cenas están las sepulturas llenas. Tampoco es cuestión de dramatizar, yo no diría tanto, pero cuando llegan estas fechas próximas a la Navidad no vendría mal a más de uno reflexionar de vez en cuando sobre esta frase. O al menos darle un repaso al nivel de colesterol, no vaya a ser que alguno de los banquetes tradicionales de estos días le pueda sentar como un tiro. Y es que como en este país si no hay una buena comida de por medio, ni hay fiesta, ni celebración, ni negocio, ni imagen, quien más y quien menos tiene la agenda llena de citas gastronómicas, la mayor parte de ellas convenientemente patrocinadas, lo que todavía las hacen más atractivas. A los largos y abundantes banquetes familiares, hay que añadir la cena de los amigos, la de los compañeros de trabajo... Todos estos argumentos poco tienen que ver en el fondo con lo que celebramos y posiblemente renunciar a alguna cena y sustituirla por un buen gesto hacia quienes de verdad tienen hambre sería muy bien recibido por la salud y el espíritu.