Nos acercamos a fechas navideñas. Oportuno será recordar a muchos que festejamos el nacimiento de Jesús en Belén de Judá, hace dos mil años. Según se narra, su madre --María-- dio a luz en un establo a las afueras del pueblo "porque no había lugar para ellos en la posada".

Se trataba de una joven familia judía: dos esposos y un hijo que estaba al llegar. Y no hubo lugar para ellos... Aquella familia, que sería modelo para millones, no tuvo sitio en la sociedad de entonces.

Han pasado veinte siglos. La familia, con la sociedad, ha sufrido transformaciones y ha afrontado dificultades. Pocos momentos históricos, sin embargo, más críticos y hostiles hacia la familia que el presente. Parece como si la familia (padre, madre, hijos), estable, pacífica y hogareña, no tuviese ya lugar para ella en este mundo.

"¡No exagere --dirán algunos--, nadie se opone a la familia; sólo se trata de apostar por una mayor libertad!". Craso o malintencionado error. Hay muchos modos de hacer la guerra. Para hostigar a la familia y minar sus fundamentos, basta por comenzar por el divorcio; por supuesto, sólo para casos especiales, ya llegará el momento de hacer "divorcios-exprés".

Luego se legitimará el aborto y seguirá análogo proceso. Después, hay que facilitar la contracepción. Una familia sin hijos es mucho más vulnerable. El proceso termina con equiparar la familia matrimonial a las uniones libres, sean heterosexuales u homosexuales.

No se trata de defender privilegios o derechos adquiridos. El núcleo de la cuestión es más profundo. Si lo que se enseña --y aprenden los jóvenes-- es que da igual casarse que no, ser fieles o divorciarse, unirse con uno o con una, evitar los hijos por cualquier procedimiento, etc., ¿qué queda de aquella familia amable y acogedora, lugar para reponer fuerzas, entretenerse con sencillez, descansar y sentirse querido? Ya no hay lugar para una familia así en nuestro entorno.

Pero "la penitencia va en el pecado", dice un refrán. Todas las grandes civilizaciones comenzaron su declive con el deterioro de la familia; no es una opinión, es un dato histórico comprobable. Me comentaban hace poco que intelectuales y pensadores del otro lado del Atlántico (norte y sur), miran con estupor a esta Europa pagada de sí misma, que va perdiendo aceleradamente el sentido de su existencia y las bases de su cultura.

Una de estas bases es la familia estable nacida del matrimonio. Siempre que el matrimonio no quede reducido -como decía un articulista local- a una cáscara vacía de contenido. Llamar matrimonio a cualquier unión (estable o inestable, heterosexual u homosexual) es como llamar matrimonio a nada; porque es nada lo que tienen en común ciertas uniones con la verdadera familia. Todavía estamos a tiempo de evitar algún traspiés; frenando el declive que nuestra cultura arrastra hace décadas. Prestigiar y fortalecer la familia es asegurar la sociedad. Además de constituir el mejor camino para la realización personal.