Era el tiempo de Martínez de la Rosa, del Duque de Rivas y José Zorrilla, de Manzoni en Italia, compitiendo con nuestros Larra y Espronceda, y del testimonio de dos escritores que firmaron sus obras desde Castellón, el Conde de Noroña, Gaspar María de Nava, que ya ha ocupado espacio en estas páginas, y la poetisa Amalia Fenollosa, que también abrazó el movimiento artístico e intelectual que tanto gustó de la exaltación del individualismo y la naturaleza, es decir, la primacía de la emoción sobre el pensamiento racional, la libre expresión de la sensibilidad, la ensoñación, el culto al yo.

Era el tiempo del Romanticismo, también de convulsiones políticas y sociales, propiciado por el cambio constante de gobiernos y de tendencias en la dirección administrativa de España y de cada región, de cada ciudad, balanceándose continuamente ante lo que se llamó reformas liberales.

La singularidad de Amalia es que era una mujer, una mujer de provincias en la primera mitad del siglo XIX, aunque perteneciente a una familia burguesa y liberal, en un Castellón agrícola y gremial, una ciudad de artesanos y comerciantes. Su genio y su retranca la hicieron volar sobre todos los convencionalismos y encontró su lugar al sol de las revistas y cenáculos cultos del país y dejó huella con sus obras, más allá de su porte dulce y angelical, como nos llega su eco hasta nuestros días.

La edición de sus Poesías por Santiago Fortuño Llorens, libro que vio la luz hace tres años; también la simpática obra de imaginación y de gracia, más novela costumbrista que biografía, escrita y publicada por Carlos G. Espresati en 1965, son dos libros que he situado en el atril de consulta antes de ponerme a escribir sobre este ser humano de Castellón y cuya imagen gráfica reproducimos hoy, aprovechándola de los dos libros citados que, a su vez, la aprovecharon de un viejo lienzo sin referencia de autor, perdido en viejos almacenes y rescatado por el alcalde Codina, que lo hizo enmarcar y colocar en su propio despacho del Palacio Municipal.

LA VIDA Nació Amalia el 8 de febrero de 1825, hija del médico Francisco Javier Fenollosa Bonet y de su esposa Antonia Peris Artola, apellidos muy entroncados en Castellón y la provincia, con casa solariega en la calle Caballeros, calle que me ilumina con otros deslumbramientos. Por una parte, los viejos recuerdos del doctor Juan Guallar Segarra nos devuelven el aroma de la judería ya en los siglos XIII y XIV de la antigua vía urbana, central en el recinto amurallado. Y en época más reciente, nos habla del edificio de la antigua Lonja, con sus columnas y arcos, construida en el siglo XVII en la antigua casa de los Gumbau como lonja y almacén del cáñamo.

Yo quiero recordar que todavía viven los Ros de Ursinos y desde hace más de cien años. Y allí han tenido casa o han nacido los hermanos Cardona Vives, también los Barones de Benic ssim y de la Pobla, y los más próximos, Jaime Nos y Pepe Barberá, como allí vieron la luz Bernat Artola y Josep Pascual Tirado. Y también me dice el escritor y profesor Lluís Meseguer que en "el número 31 estaba la sede social de la Societat Castellonenca de Cultura, donde se firmaron las Normas o Bases Ortográficas de la Lengua, en 1932, y el Museo Provincial de Bellas Artes. Y en una misma casa, desde la Dictadura de Primo de Rivera al régimen de Franco, pasando por la República y la guerra, iban apareciendo las noticias periodísticas, sucesivamente, según una óptica conservadora, republicana y franquista, estos tres periódicos: El Diario de Castellón, el Heraldo y el Mediterráneo".

Está escrito: a los 11 años, excitada Amalia a la vista de unos malos versos compuestos por alguien a la jura de la Bandera de la Milicia nacional, escribió una décima como reproche, la tituló La víctima de la caverna. Y en 1838, al morir su padre, escribió un hermoso epitafio dedicado a su memoria. Y desde entonces, ya cualquier motivo político o familiar era su inspiración para escribir poesías, desde el triunfo del general Espartero hasta la Sociedad de Amigos del País, al tiempo que ayudaba a su madre a cuidar y educar a sus hermanos, José, María Antonia y Francisco Javier. Su fortaleza física, su capacidad intelectual y literaria, tan sorprendente, la convirtieron desde muy joven en una figura nacional de alto nivel, las revistas y los editoriales del momento la buscaban y la contrataron, le editaron su obra, poesías, teatro, novela, hasta que apareció el chispazo: Entonces fue cuando te vi, al momento cambió mi ser y me encontré dichosa... Se había enamorado de Juan Mañé i Flaquer, catedrático de latín y literatura, periodista director del Diario de Barcelona. Se conocieron en el Desierto de las Palmas, donde él estuvo unas semanas para reponerse de una enfermedad. Y el 12 de septiembre de 1851, contrajeron matrimonio, ella tenía 26 años, él, 30. En el archivo de la iglesia mayor de Santa María de Castellón está el acta del matrimonio, donde se dice que el novio se casó por poderes que mostró su padre. Vivieron en Barcelona, donde Amalia falleció el sábado 1 de mayo de 1869. El matrimonio había tenido, al parecer, tres hijos, pero no he sabido encontrar rastro de ellos... Se llevó el viento las hojas del libro de su vida íntima y familiar, sólo veo su silueta, su sombra. Quedan también sus versos.