Antes de nada quiero agradecer la acogida cercana, cordial y esperanzada que me habéis dispensado como Obispo, Padre y Pastor de esta Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón.

He querido que mi primera carta coincidiera con el comienzo de un nuevo curso pastoral. Como en tantos otros ámbitos sociales, también en la Iglesia diocesana retomamos las actividades ordinarias después de la pausa y del descanso del verano. Y también nos proponemos objetivos: Lograr que nuestra Iglesia diocesana sea más viva y evangelizadora. Sin olvidar que el anuncio del Evangelio de Jesucristo ha de dirigirse a todos, hemos de mirar antes de nada hacia el interior de nuestra Iglesia, de nosotros mismos, de nuestras familias y de nuestras comunidades.

Es necesario que nos dejemos evangelizar, convertir y purificar. Para ello queremos cuidar especialmente la iniciación cristiana de los niños y adolescentes y la maduración en la fe y vida cristiana de jóvenes y adultos; la evangelización de las familias cristianas para que sean en verdad cristianas y ámbitos donde se viva y transmita la fe; la promoción de las vocaciones al sacerdocio ordenado, para que no nos falten servidores del resto de los fieles y de las comunidades cristianas; y la celebración cristiana del domingo en torno a la Eucaristía, centro de la vida de la Iglesia y de todo cristiano. Volveré sobre estas cuestiones más adelante.

Puede que los miedos o la comodidad, la tibieza o la rutina, la indiferencia o el alejamiento hayan hecho mella en nosotros y nos atenacen en nuestra vida o en nuestra tarea. Dios nos ofrece la ocasión de retomar nuestra vida cristiana y nuestra tarea pastoral con ánimo y con esperanza. Como creyentes sabemos que no estamos, caminamos o trabajamos solos. El Señor Jesús es nuestro compañero de camino; su Espíritu nos alienta y nos fortalece ante la dificultad.