La verdad es que no me acuerdo si me enamoré de su cara, tan bella, o de lo que me contaban de su ilusión por ayudar a los demás. Hablo de la avanzada posguerra en Castellón. Desde el barrio de La Guinea, que yo merodeaba cuando a los once años ya me tocó ir a trabajar, como mancebo de botica. Aprendiz primero, claro. Cecilia la del forn era un personaje entrañable, que ahora se agiganta ante mí cuando la recuerdo. Y queremos dedicarle esta página, que sitúo en los finales años cuarenta, cuando ella tenía esa edad en que las mujeres guapas, lo están de verdad. Cuando el pan dejaba ya de estar racionado y los hornos se llenaban de boniatos, que era el alimento y postre de la época. Su esposo, había fallecido. Y ella se refugió en sus hijos, cinco, y en ayudar a cuantos necesitados estaban inscritos en su cuaderno de ángel de la guarda. Ese era su mundo, ya que, como decía Goethe, el ser humano ha nacido para una situación limitada. Es capaz de comprender y emprender fines sencillos, próximos. En cuando va más lejos, no sabe ni lo que quiere ni lo que debe hacer. Lo sencillo, lo cotidiano, era hacer el bien a los demás, repartiendo a quien apenas tenía para comer, las barritas de pan y las hogazas que no se habían vendido durante el día en la tienda.

AQUELLOS AÑOS // Los años a que me refiero cuando quiero hablar de Cecilia la del forn, son aquellos en que, en las farmacias, de las sulfamidas pasamos a la penicilina, siempre unida al doctor Fleming al hablar de ella. Al tiempo embarullado del estraperlo, no al juego de la ruleta que dio en llamarse straperlo, sino al que derivó en el nombre de chanchullo, acción de compra venta que en los diccionarios de sinónimos lo unen a especulación, apaño, arreglo, cambalache, componenda, embrollo, enjuague, enredo… Es decir, venta clandestina o fraudulenta de artículos de primera necesidad, comercio ilegal, en definitiva. Diría que el estraperlo nació en época de dramáticas carencias, en tiempos de hambrunas para tantas y tantas familias. Bien, pues, Cecilia, viuda y con cinco hijos, convirtió su panadería en una Casa de la Caridad, empleando para ello un procedimiento muy simple: hablando con unos y con otros iba recogiendo en una libreta los nombres de las familias que tenían problemas de subsistencia. A cada familia, le asignaba un número. Y, por riguroso orden, cada anochecer iba repartiendo el pan y algunas pastas, boniatos especialmente, que habían sobrado en la venta del día: Así hacía muy felices a mucha gente.

LA VIDA // Hija única de un humilde matrimonio formado por Domingo y Antonia, nació en el barrio de La Guinea de Castellón, Cecilia Alejandro Bernat, el 23 de octubre de 1905. Vecinos de trabajadores del campo en propiedades ajenas, jornaleros, también los Alejandro formaban parte de aquellos numerosos grupos de seres humanos que vivían al día, no podían hacer planes más allá de lo que ganaban cada momento, cada día que había trabajo para ellos. Se fueron apañando hasta que falleció el cabeza de familia en una de aquellas epidemias que asolaron algunos barrios de la ciudad. Ella se enamoró de Vicente Franch Zaragoza y se casaron en la iglesia de la Sagrada Familia. Cuando pudieron, se establecieron en una casa de la calle Segorbe, en el número 23, y la prole empezó a crecer. Su hija mayor, Celín, se casó con el tiempo con José Caballer, que fue empresario con Miralles Troncho de una de las primeras televisiones de Castellón. Tuvieron una hija, también Cecilia. Después llegó Vicentica, que casaría con Antonio Moliner y tuvieron tres hijas, Lidón, Eva y Carmen. Le siguió Amparo, que contrajo matrimonio con Joaquín Gil y pusieron a sus dos hijos sus mismos nombres, Amparo y Joaquín. Vicente casó con Ana Mari Pitach, cuyos hijos se llaman Ricardo y Vicente. El pequeño, José, se casó con Mari Carmen Montañés, con Alejandro y José Manuel nietos también de aquella Cecilia la del forn, que ha dejado ejemplos, huellas y semillas en Castellón.

TODO MEJORA // Todo fue mejorando con el tiempo. Aunque Cecilia, que siempre tuvo con ella a su madre, no dejaba que sus hijos se comieran el bocadillo de la merienda por la calle, para no humillar a quienes no podían llegar a ello. Pero el horno y la panadería fue adquiriendo gran prestigio entre los que simplemente iban a cocer sus patatas, sus calabazas o los productos que podían sacarle al campo, hasta que empezaron a verse las cazuelas de arroz al horno, al tiempo en que el pan se podía elaborar cada vez con mejor calidad, puesto que en España empezaban a liberarse toda clase de productos comestibles.

Cuando su familia ya empezó a crecer, Cecilia se mostró como una hábil cocinera, con su especialidad de paella de Castelló, que degustaban los de casa y los vecinos. Su trato en el establecimiento era cada vez más agradable y servicial y se animó con los ximos rellenos de tomate, piñones, atún y huevo duro que después freía, el pan rebozándolo con yema de huevo. Se mostraba muy profesional desde lo sencillo. Y siempre alegre y jovial. Sus hijas especialmente, se multiplicaron para ayudar en el mostrador a su madre. Y el horno-panadería de Cecilia alcanzó gran notoriedad.

LAS GOLOSINAS // Después de los años duros de la posguerra, entre no pocas sombras, la ciudad vivió también momentos de esperanza, que comenzaron a manifestarse cuando acababan de nacer las nuevas estructuras de las fiestas de la Magdalena desde 1945, sobre la base de la antigua romería a la ermita del Castell Vell. Y aquello trajo la necesidad de estar de fiesta, de ser felices todos los castellonenses, con la golosina de la ilusión y las que, de un modo más concreto y material ofrecían las panaderías de la época, la de Cecilia también. Entonces pudieron verse las torrijas, tan típicas en Semana Santa, y las monas de Pascua. Y los pasteles de cabello de ángel y de boniato, convirtieron a las pastelerías como lugares de peregrinación. Los castellonenses volvieron a quedar boquiabiertos, como les había dejado aquella inolvidable primera Cabalgata del Pregó. Por otra parte, el C.D. Castellón estaba ya en Primera División y la ciudad se llenaba de cines, con gran alborozo por la aparición del Saboya y del Rex, y no choca que se pusiera más el foco en la inauguración del Estadio Castalia que en la del Sanatorio de El Collet, hoy Hospital de la Magdalena. H