El licenciado en Geografía e Historia Fernando Peña, asegura que la población de la Vall d’Uixó es fruto de la primitiva unión de distintas alquerías de moriscos situadas en el valle del río Belcaire. Y que con la expulsión de los moros en torno a 1609, la nueva villa sufrió un espectacular descenso demográfico del que tardó en recuperarse, aunque se mostrase con una característica muy acusada, que hoy todavía forma parte del ser y existir de los vallduxenses. Es decir, se partió en dos mitades, el poble de dalt y el poble de baix. Muy pronto, alternando con otras producciones agrícolas, se detectó la presencia del cáñamo, que logró hacer emerger los oficios de espardenyer y de corder, al igual que ocurriera en Burriana, Castellón y Vila-real, aunque fue en la Vall donde se consolidó en industria de considerable nivel. El historiador viajero Cavanilles habla de una población con más de 500 trabajadores en la industria alpargatera, en un censo que no llegaba a los cinco mil habitantes, en los primeros años del siglo XIX. En ese escenario y con ese ambiente de fabricación artesanal, apareció la familia Segarra, de la que destacó Silvestre Segarra Aragó, nacido en 1861.

LA CONFECCIÓN // Todo el proceso de fabricación de calzado fue avanzando y evolucionando en el tiempo de manera natural, diría que gradual, sin pausas, como un guión mágico del gran espectáculo de la vida. A finales del siglo XIX, todavía predominaba la confección manual de alpargatas de cáñamo, aunque ya iban apareciendo nuevos productos, nuevos sustantivos en el verbo vital de esta industria. Es cuando apareció la zapatilla de cáñamo, para cuya fabricación se utilizaban también piezas de lona, con la amalgama de la perfecta simbiosis entre cáñamo y esparto. Y, para ello, se consolidaban unos oficios, cuyos nombres han sobrevivido en el devenir de la historia. Por ejemplo, se llamaba Eixereta a la mujer que confeccionaba la trenza de cáñamo. Urdidor era el trabajador que preparaba el hilo y la trenza. Cosidor, quien cosía la suela de la alpargata. Tancadora, la mujer que convertía el cáñamo en cordel para coser la lona y la suela. Aparadora o Encaradora era, naturalmente, la trabajadora que cosía las caras del calzado. Y Encintadora, la que finalmente colocaba las cintas o los cordones.

LA VIDA // La historia se abre el 20 de marzo de 1861, con el nacimiento en la Vall d’Uixó de Silvestre Segarra Aragó, de familia dedicada a la agricultura. El chico se vio involucrado pronto en la artesanía local como espardenyer y también fue soldado de caballería en Valencia, donde tanto aprendió. En la misma Vall, el 22 de noviembre de 1885, contrajo matrimonio con la que era su novia, Teresa Bonig Salvador, quien animó a su marido para montar su propio negocio, en un ambiente industrial que comenzaba a clarear. Sus años de mili enseñaron tanto a Silvestre que le ayudaron a introducirse en los trabajos de la administración local, hasta el punto que fue nombrado recaudador de Consumos del Ayuntamiento. Con su hijo mayor, Silvestre Segarra Bonig, que nacería el 5 de octubre de 1886, ya proyectó poner en marcha las ideas que descansaba en su mente. Es decir, al tiempo que ampliaba su campo de acción vendiendo con sus carros por media España lo que fabricaba en su empresa, compraba aquellos productos de los que era deficitaria la provincia, harina especialmente. Al ir naciendo sus otros hijos, Amado (1892), que a su tiempo se casaría con Josefina Portalés; Ernesto (1895), que se casó con Vicentica Beltrán; Teresa (1899), casada con un García Mingarro y José (1902), que se casó con Teresa Nabas, todos fueron integrándose en la empresa, que se escrituró por primera vez como ‘Silvestre Segarra e Hijo, SRC’. El hijo mayor.

TODOS LOS BANCOS // Me refiero a los bancos alpargateros, los de los soleros. Llegó un momento en que todos trabajaban para los Segarra, en ese sistema tradicional de elaboración a domicilio, fuera de la factoría matriz. En 1906, Silvestre Segarra Bonig, con 20 años de edad, ya era la cabeza principal de la empresa y contrajo matrimonio con Josefa García Moya, que también se incorporó al negocio familiar. Y a partir de entonces, la industria fue ampliándose y fueron surgiendo nuevas fábricas para atender la demanda, especialmente cuando en 1909 tuvo lugar aquella acción militar en Marruecos que, de rebote, permitió vender tanto calzado como se fabricaba. La posterior Primera Guerra Mundial (1914-1918), consolidó el prestigio y la necesidad en España y el mundo de los productos Segarra, que ya habían entrado en el mercado militar a través del calzado de cuero. Ya entonces, los ‘otros bancos’, las entidades bancarias que tenían instaladas oficinas en la provincia, también se convirtieron en colaboradores. Silvestre y Josefa tuvieron dos hijos, Josefina y Silvestre, que se casarían con Indalecio Soler y Manuela Soler.

MILLONES DE ZAPATOS // A mediados del siglo XX apareció la modalidad de calzado pegado y se llegó al tope de los ocho millones, entre zapatos y botas en 1970. En su gigantesca tarea de creación de trabajo, siempre brilló el empuje y talante personal de Silvestre Segarra Bonig, recibido y agasajado por personalidades de la economía mundial y jefes de Estado, como el caso del General Francisco Franco, con el que mantenía una cordial amistad. Por todo ello, no es extraño que Silvestre recibiera premios y galardones que él hizo extensivos a toda la familia. Todos los poseedores del apellido Segarra o el de sus cónyuges, se han sentido orgullosos de ello y hay que recordar a miembros que han seguido al frente de empresas muy significadas, profesionales liberales destacados, también profesores de universidad, que cuidan las medallas recibidas desde la del Mérito Civil hasta la de Empresa Ejemplar o de Previsión Social. H