No soy taurino. Tampoco antitaurino. Simplemente no me gustan los toros. No disfruto con la llamada fiesta nacional.

Por eso no acudo a las plazas, no compro revistas sobre tauromaquia y no hago acto de presencia en los festejos locales con bous al carrer. Pueden llamarme raro si quieren. Soy así. Para lo bueno y para lo malo. Ahora bien, lo que me disgusta mucho más que el frívolo mundo de los toros es la intolerancia de los antitaurinos más procaces. El insulto constante. La provocación gratuita. El mangoneo.

Por eso hoy, a mediodía, acudiré a la plaza de toros de Castellón y me situaré junto a los que defienden la “fiesta nacional”. Y si bien no secundaré sus vítores al “arte” del toreo, ni aplaudiré muchos de los discursos que allí se pronunciarán, sí que me desgañitaré con la palabra “libertad” cuando sea pronunciada.

Porque, a fin de cuentas, el hombre debe ser libre para tomar sus decisiones, sin sentirse coaccionado, ni agredido, ni vilipendiado.

Y de la misma forma en que a mí ningún taurino me grita cuando en lugar de ir a la plaza me quedo en casa viendo la televisión, o voy al cine o al teatro, no acepto que nadie les grite a ellos. Insultar es vergonzoso y califica a quien lo hace.

No hay mayor necio que quien llama necio a otro.

¡He dicho! H