Hace unos días todos pudimos ver la entrevista que el periodista Jordi Évole le hizo al etarra arrepentido Iñaki Rekarte, autor en el año 1992 de un atentado en Santander en el que perdieron la vida tres personas. El resumen de la misma viene a corroborar lo que todos ya conocíamos: ETA era una organización criminal dirigida por asesinos sin ningún ideal que mataba de manera sistemática, amparándose en un sentimiento identitario con el fin de crear una organización delictiva y mafiosa cobijada bajo el silencio y el miedo del pueblo vasco.

Lo más escalofriante, sin duda, fue oírle decir al exetarra cosas como que no sabe los nombres de las víctimas, que la consigna era “matar a los enemigos, sobre todo policías y guardias civiles” o que ETA estaba formada por “los más burros de nuestros barrios, pudimos ser cualquier cosa pero, te aseguro, que nada bueno”.

Iñaki parecía realmente arrepentido. Los silencios y la reflexión del etarra ante algunas preguntas directas de Évole aparentemente confirmaban un sufrimiento interno fruto del dolor, que ha plasmado en un libro que acaba de publicar, “Lo difícil es perdonarse a uno mismo”. Sin embargo, me resulta imposible empatizar con él; jamás entenderé los motivos que le llevaron a asesinar a sangre fría a inocentes ni por qué con 18 años entró en ETA, al contrario que muchos jóvenes que supieron negarse pese a la terrible presión del entorno. ”Pertenecer a ETA era lo máximo”, dice Rekarte en la entrevista. Estos jóvenes son los que merecen mi admiración y los considero verdaderos héroes anónimos en una sociedad enferma de la que han surgido terroristas como Rekarte, ahora arrepentido pero para siempre asesino. H