Médicos Sin Fronteras (MSF) ha roto con la Unión Europea (UE) y renuncia a los fondos europeos y de sus Estados miembros por la “dañina política migratoria europea”. Es un acto de dignidad y coherencia. El rechazo a ser un parche para la mala conciencia. La tirita de una Europa que no cumple las leyes de amparo a los refugiados y paga a otros para que cuiden a las víctimas de su maltrato. El no de MSF desnuda la política hipócrita, cobarde y homicida de unas instituciones incapaces de asumir sus responsabilidades ante una tragedia humanitaria.

Un largo camino de ideologías quebradizas y mecanismos de protección fallidos nos ha traído hasta aquí. Desde una crisis económica que no se ha sabido resolver preservando la igualdad, hasta una socialdemocracia incapaz de crear y defender una alternativa a la austeridad. El temor ha crecido entre la clase política, incapaz de ofrecer soluciones a una población empobrecida y de plantar cara al auge de la xenofobia. Ante las dificultades, se ha optado por el engaño, por la política de ofertas y promociones, por el populismo oportunista.

Existe el temor de que los refugiados dinamiten la paz social, pero la indiferencia puede acabar antes con Europa. La mirada que desprecia a los que se ahogan en el mar es la misma que desdeña a los que quedan apeados del sistema o cuestiona la sanidad pública. La que, sin duda, aplaudiría un hospital de MSF para cuidar a sus propias víctimas. H