El edificio de la antigua fábrica de muñecas de Segorbe se encuentra en ruinas. Los técnicos urbanísticos del Ayuntamiento de la capital del Palancia así lo han determinado tras observar el mal estado estructural del inmueble. Consecuentemente, ha sido acordonada la zona y, dada su ubicación, formando esquina con dos caminos, la Policía Local ha cortado el llamado Camino Viejo de Altura y el de la Esperanza, incluso para el paso de los peatones, a pesar de que es un eje bastante transitado.

Se trata de un inmueble histórico y singular --aunque muy transformado y con muchas ampliaciones-- de propiedad privada, con cuatro plantas, que no tiene medidas de protección urbanística, pese a que están realizadas las fichas para ello, ante el retraso de la aprobación del nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU). Se encuentra justo en el límite entre los términos municipales de Altura y Segorbe y esta circunstancia era objeto de broma entre los empleados que en un lugar decían estar en Altura y, únicamente medio metro más allá, en Segorbe.

La construcción fue levantada en el siglo XVII por los frailes de la Cartuja de Valldecrist con la función de molino para aprovechar la fuerza motriz que representaba el salto de agua procedente del manantial de la Esperanza. Todavía se conserva a sus espaldas un gran arco de mampostería y sillería que sirve de acueducto. También tuvo alguna utilidad en relación con la fabricación de tejidos de lana de los rebaños de ganado que tenían los propios cartujos.

Con la desamortización de mediados del XIX, pasó a manos privadas. Se dice que durante la II República mataron a algunos empleados, que fueron arrojados a uno de los dos pozos que hay en el patio exterior. También que en la guerra se destruyó una capilla, que pasó a utilizarse como corral. Fue embargada por la CNT y utilizada como puesto de vigilancia contra el contrabando.

En 1970 se instaló en el edificio la fábrica de porcelana de Ramón y Josefina Inglés, dos escultores de Bétera (Valencia) con renombre. Durante algunos años, la fábrica funcionó a la perfección, hasta en la década de los ochenta, cuando el peso que Lladró estaba adquiriendo en el mercado y la muerte del dueño propiciaron su cierre.

Tras el fallecimiento de Ramón Inglés, los objetos que se fabricaron con su firma se han convertido en obras de arte muy apreciadas por anticuarios y coleccionistas particulares.

El edificio fue vendido a una persona que pretendía rehabilitarlo para destinarlo a residencia de niños discapacitados, pero enfermó y el proyecto se quedó solo en el papel. A partir de ese momento, el abandono fue total.

Ahora, simplemente quedan en pie los muros y las fachadas, aunque con gran peligro de derrumbe.

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