Gusto de observar a la gente cuando voy por la calle, resulta muy interesante y hasta divertido. Sin embargo me entristece ver los rostros que no manifiestan alegría, gente que no sonríe ni da los buenos días. La alegría es un sentimiento expresable mediante la palabra, el gesto o los actos. Por ello, el rostro es como la antesala que nos permite penetrar en el interior de quien la siente. Y es un estado confortable, generador de bienestar; incluso se la identifica con el color cian (azul verdoso) o con el amarillo, portadores de estos signos placenteros.

Esto me recuerda aquel proverbio escocés. Dice así: «Sonría, por favor, cuesta menos que la electricidad y da más luz». Muy oportuno en unos momentos en que este fluido nos quita la alegría y nos sume en la oscuridad, al menos económica.

Y aunque la alegría escasea, ella ha supuesto una preocupación constante hasta la actualidad. Así, Platón ya decía que «la alegría del alma forma los días más bellos de la vida en cualquier época que sea». Y no menos explícitos han sido otros filósofos posteriores quienes han mostrado especial interés por hablar de ella y defender su vigencia y utilidad. No obstante, pese a la incidencia de factores externos, el estado de alegría tiene mucho que ver con la interioridad del ser humano. En el fondo uno puede favorecer la alegría o dar paso a la tristeza: es su personal decisión.

*Profesor