Esta semana pasada, por azar, me topé en la pantalla de televisión con una noticia: un niño inglés de tan solo cuatro años llama a la Policía y pregunta por Emergencias. Le dice al agente que su madre está en el suelo «muerta». Da sus señas, el número de su vivienda, pero no recuerda la calle en donde vive. El policía acierta el domicilio --no sé cómo--, confirmado por el niño, y poco después su madre --que no está muerta-- es atendida por un equipo médico. Según dijeron, el niño le salvó la vida.

La noticia es sorprendente y mueve a la reflexión. También sorprende la perspicacia del niño. Y la pregunta está en la mente: ¿es cuestión de inteligencia práctica o es cuestión de aprendizaje? Es casi seguro que alguien de la familia le enseñara estos recursos primarios y la fórmula para hacerlos viables. O, quizá, aprendiera en la escuela. No sé si cuatro años es edad temprana para el aprendizaje de estos quehaceres, pero aquí dio resultado positivo. Y esto hace pensar en la utilidad de los conocimientos que se adquieren, o se ignoran, gracias a la cotidianidad de la vida ordinaria. Desconozco hasta qué grado y en qué edad este conocimiento tiene cabida en la escuela; pero, como en el caso antedicho, resulta probada su eficacia. Muchas veces hay una ruptura entre teoría y práctica, entre escuela, familia y comunidad. Creo que sería beneficioso eliminar esas fronteras.

*Profesor