Estaremos de acuerdo en que nuestras democracias no gozan de buena salud. En medicina se habla de crisis cuando el organismo está en un momento crítico: o supera la enfermedad o muere. En política también utilizamos el término para referirnos a una situación donde existen más problemas que soluciones. De seguir como estamos, al final --aunque se siga llamando democracia-- lo que tendremos es demagogia, un populismo del que se nutren ya todos nuestros partidos en mayor o menor medida y que suele acabar comiéndose a quienes lo utilizan o creen en él. Que se lo pregunten sino a los votantes del Brexit.

Un síntoma claro de este desapacible futuro es que la gente acaba votando a partidos declaradamente corruptos, a políticos que mienten más que hablan o que declaran incluso estar en contra de los valores democráticos. La razón de esta perversión la encontramos en el mal estado del sistema representativo. La relación entre gobernantes y gobernados es tan débil que no se aprecia, la división de poderes no existe. Otra razón de peso es que los resultados alcanzados por nuestras democracias no son los esperados.

La democracia no funciona si no produce y mantiene el nivel de igualdad suficiente para que todos puedan realizar su vida. Participación e igualdad, estos son los pilares básicos de toda democracia. ¿Qué puede motivar a participar a quienes han perdido el trabajo, no encuentran salida laboral o han tenido que emigrar? Si la democracia se ocupa del bien común, nos preguntarán por qué se ha olvidado de ellos, por qué no forman parte del todos.

*Catedrático de Ética